octubre 28, 2008

Estadística

De diez policías que veo por la calle, diez están mandando "mensajitos" de texto.

octubre 05, 2008

Libertad Condicional

Normalmente paso toda la semana esperando que sea Viernes, pero desde que la última soltera de mis amigas se puso de novia, anulando así su individualidad y nuestros encuentros, mis fines de semana se convirtieron en un viaducto subterráneo que nadie se anima a transitar.
En invierno paso el fin de semana como un preso VIP: me levanto de la cama únicamente para hacer capuccinos gigantes y abrirle al delivery. Miro documentales, series repetidas y una que otra película mala. No atiendo el teléfono, paso horas en google y si tengo suerte me quedo dormida gracias al microclima generado por el edredón y el calorcito de la notebook sobre mis piernas. Llevo tatuado un pijama que no es más que un jogging rotoso, una remera enorme que ligué en alguna promoción, medias de distintos pares y unas pantuflas mugrientas, enormes. Cuando me lloran los ojos de tanta tv, pongo la peor música bajonera que va desde Bonnie Tyler con Total Eclipse of the heart hasta Against all Odds de Phill Collins, y canto apasionadamente mientras me sirvo hectolitros de Coca Light y borro los mensajes que deja mi madre en el contestador.
Este sábado ante la amenaza de una fiesta salgo en libertad condicional. Me esperan la ducha, el secador de pelo, la bucleadora y un set de maquillaje. Saco del armario decenas de polleras, vestidos, remeras, pantalones y calzas: a juzgar por la cantidad de ropa desparramada en el living parece que hubieran entrado ladrones. Después de armar y probarme 9 posibles conjuntos, termino con lo mismo de siempre: strapless, chupín y stilettos. Todo NEGRO.
Agarro la carterita donde no entra nunca nada, me muerdo el labio inferior y miro de reojo el sofá-cama, la manta de polar y la cuarta temporada de House en dvd, pero, esfuerzo sobrehumano mediante, hago abandono de hogar. Me siento como cuando Rocky le ganó la pelea al ruso en el final de Rocky IV: exhausta , toda golpeada pero victoriosa.
Las luces, el ruido, los emos, la superpoblación en los bares, y la falta de lugar para estacionar me recuerdan que es Sábado a la noche y que fue una gran decisión no mudarme a Palermo. Después de 25 minutos dando vueltas dejo el auto a cuatro cuadras en custodia del trapito de turno: un viejito de no menos de 70 años que al cerrar mi puerta me dice: -“Pero qué linda colonia!”.
Una vez en la fiesta –en la que no conozco a nadie- pido un trago y doy vueltas, me paseo por el lugar con el vaso en la mano perfeccionando el walking looser. Justo cuando me decido a volver al lugar de donde nunca debí haber salido me deja sorda un grito escandaloso. Lo que me faltaba: un amigo gay ícono de la soltería over 30 que me obliga a quedarme a fuerza de tragos gratis y promesas de baile. Después de señalarle a la mitad de la concurrencia masculina y tras enterarme que la heterosexualidad está muy lejos de ellos, me resigné y acepté más tequilas de los que tengo permitidos. Tres horas más tarde mi compañero de baile y yo eramos los dos únicos freaks de circo pobre de la costa atlántica fuera de temporada que quedábamos en la pista, pero no por mucho más. El patovica del lugar interrumpiendo nuestra coreografía nos avisa que en cinco minutos cierran. Cinco minutos: tiempo más que suficiente para hacer el balance de la noche. A pesar de estar y sentirme espléndida no me miró nadie. Bailé toda la noche con el imitador argentino de Madonna –que se fue con el Disc Jockey- , me echaron del boliche y el único piropo que recibí fue del trapito que confundió el perfume importado que todavía estoy pagando en petrodólares de curso legal con una colonia que viene en envase de plástico de medio litro.
Convencida de que se trata de un castigo, de una maldición, del despecho de un pijama abandonado, juro no volver a salir y en caso de caer en la tentación: autoflagelarme. Barajo la posibilidad de comprar un libro de Osho, raparme, cambiar los chupines y el strapless por una túnica naranja y viajar a la India sin vacunas con la secreta intención de agarrar una peste mortal para pasar mis últimos días alucinando con elefantes voladores de colores brillantes lejos de la mirada compasiva del encargado del edificio que me abre la puerta a las cinco y media de la mañana.


***Este texto fue publicado en la revista "El Planeta Urbano" en la edición del Mes de SePtiembre***