diciembre 31, 2008

Welcome to the Jungle

Llegó el verano y a pesar de mi esfuerzo no consigo llevar con dignidad un traje de baño.
Llego al gimnasio amenazando al entrenador con hacerle una denuncia por malapraxis. Le digo que no es para reirse, que es para llorar y que se cuide, porque como no me haga bajar tres años ininterrumpidos de BigMac se va a lamentar.
Estoy furiosa, el ipod se queda sin batería y la sintonía del televisor más cercano está clavada en TyC sports.
Buscando una distracción empiezo a observar a la gente. Me olvido de la cinta, de los 37 minutos que faltan y del traje de baño que no me entra.
Tengo una visión completa del “salón” que hoy es como una gran pasarella , una verdadera Red Carpet...la versión triste del desfile de comparsas del carnaval de Rio de Janeiro.
VESTUARIO DE HOMBRES
Están los que siguen usando soquetes altos [a mitad de camino entre la rodilla y el tobillo]. tienen arriba de 50, son educados, entrecanos, fueron operados de la rodilla al menos una vez y padecen alguna de las siguientes patologías: Tendinitis, Luxación, Fatiga Muscular
El abanico se abre y nos encontramos con los fanáticos del deporte y su indumentaria de maratón. El estado físico del individuo varía proporcionalmente de acuerdo al año estampado en la remera que usa. Quien lleva la de los 10k Nike 2004 se dejó estar y/o la compró en un Outlet. Quien viste la del Circuito YPF Cross 2008 y calzas tipo ciclista es, además de obse, ridículo. Generalmente se depila las piernas y transpira Evian
El falso patova es, en realidad, gordo. En “la musculación” encontró la manera de barrer y esconder la mugre abajo de la alfombra. Viene en tres versiones: pelado, corte militar y con cabello finito, grasoso y largo atado en una colita. Usa musculosas de sisa amplia, bermudas confeccionadas con un jogging viejo y se pasea por “el salón” hablando por celular. Cuando levanta mucho peso emite un sonido extraño: “Aúuuaaajjjj” que termina al estrellar la barra contra el piso.
El deportista wanna be lleva camisetas de fútbol de clubes europeos o , trata de recrear el look Nalbandian adquiriendo chombas blancas en la sección textil de Carrefour. Tiene el último modelo de Ipod y las zapatillas siempre limpias.
El mugriento, cuando no va de ojotas, calza zapatillas Toper de lona blancas con medias azul marino. Usa shorts modelo 1982 o jogging y remera blanca manga corta auroleada.. Lleva tres accesorios: el celular enganchado al elástico del pantalón, la riñonera (deberían prohibir su uso o al menos penalizarlo) y una toalla sobre los hombros. (dicen TUAYA ).
VESTUARIO DE DAMAS
Amas de casa desesperadas.
El grupo que copa la franja horaria que va desde las 2 hasta las 6 de la tarde, usa calzas combinadas, zapatillas “botitas” Reebok (rojas como las que me trajo Tia Norma de Miami en el 91) y remeras largas con diseños de coloridos papagayos o inscripciones: BAHAMAS, CANCUN. Son “fanas” de las clases de Step y Aerosalsa, dicen “estupendo!”, juntan plata para comprar el regalo de cumpleaños de “la profe” y rellenan las botellitas de 500cm3 con agua de la canilla.
SuperM
Busca que “la descubra” Pancho Dotto. Siempre impecable, tiene los mejores outfits y combina los breteles del corpiño con las medias. Hace spinning, no transpira, escucha música (electrónica) del celular, toma únicamente “bebidas para deportistas” y por más que esté en un interior usa cap. ( Para quéee? Están adentro del gimnasio!)
Rebelde Way
Las teenagers usan babuchas de modal y remeras de rock caretas con letras fluo de bandas que nunca escucharon compradas en zona norte. Usan hebillas con forma de estrella o calavera, van siempre de a dos (mínimo) tienen cara de orto a toda hora y se resisten a usar corpiño. Se llaman por sus apodos que nunca tienen más de una sílaba: Bel, Lú, Moi, Fla, Den…
Nip Tuck
El síndrome Lee Von Kennedy: calzas floreadas, abuso de animal print , bolsos gigantes y anteojos de carey con detalles en dorado. Hacen Pilates Mat (la version pobre de Pilates) Al terminar la clase, vuelven a ponerse los lentes y van en grupo a tomar “un cafecito” al bar. (Dicen buffet)
Los socios no lo saben, pero hoy desfilaron para mí. Yo, desde el palco, les tiro tomates imaginarios, los abucheo en silencio y me río como Patán.

***Este texto fue publicado en la edición de Diciembre de la revista El Planeta Urbano***

diciembre 08, 2008

Mujer Soltera Busca

Ultimamente me pregunto quién habrá sido la débil mental que levantó la bandera de la mujer mega independiente, por qué compré su discurso y quién me mandó a trabajar a los 17 años. Esta vez no puedo culpar a mi madre.
Mientras google siga sin arrojar resultados y la responsable no aparezca, seguiré maldiciendo su anonimato tildándola de cobarde. Sospecho que me agarró desprevenida, en un momento complicado, viviendo sin apuro a toda velocidad, terminando el secundario o promediando el CBC. En plena y adolescente inmortalidad, cuando no me importaba nada y los treinta estaban lejos, cuando no necesitaba cremas antiarrugas y podía ‘seguir de largo’ todo un fin de semana.
La autosuficiencia en la mujer está sobrevaluada gracias a un grupo de feministas resentidas que rechazaron la oferta del ex marido de tener un programa de cable propio, y que para cuando se arrepintieron ya les habían cortado las tarjetas de crédito.
Está comprobado que la mujer que no sabe cambiar un neumático gana más que la que sabe. Que la que acepta que le carguen las bolsas del supermercado -aunque no pesen tanto-, gana más que la que se las cuelga del antebrazo, empuja con el omóplato la puerta y la sostiene con el tobillo para que pase una vecina.
Estoy considerando dejar de cargar sola el bidón del sparkling en la oficina , no llevar más la victorinox en la cartera, abandonar el curso de mecánica y empezar a tomar daiquiris de frutilla.
Porque pareciera que después de los 30 dejás de ser la mujer exitosa, independiente, y emprendedora para convertirte en la víctima preferida de sesentones de semáforo tapizados en cuero beige, de un agente de viajes que quiere encajarte a toda costa un crucero o un paquete en el Club Med y de la mirada lastimosa que te arrojan tus ex-compañeros de colegio (maldito Facebook), cuando respondés la primer pregunta del reencuentro:
-Y vos? Te casaste?
Qué les digo? “No, mi libertad ante todo” como si fuera parte del estribillo de una canción del Paz Martínez? Reacciono para el orto? “A mi no me mantiene nadie!”. Enumero –y exagero- logros y actividades sembrando envidia? Soy independiente, vivo en un tres ambientes -pisos de parquet, baño completo, todo luz- tengo mi auto, una laptop y un i-phone touch screen, personal trainer, masajista y un blog. Duermo en diagonal con la tele prendida, los Domingos me despierto a cualquier hora, y si quiero no me saco el jogging en todo el día. Nunca me pierdo un show del Pity Alvarez, a menos que él lo decida. Claro que pido ayuda, no puedo sola! Rosita viene los Lunes, deja el freezer con comida para una semana y la casa impecable.
Soy consciente de que esta respuesta equivale a encerrar al interlocutor en una habitación, poner en repeat mode un disco de Radiohead y darle un 38 cargado.

-No, no me casé.

Contesto delicadamente y me prepararo para ver fotos 4x4 debajo del plástico transparente de una billetera o de un espantoso llavero de acrílico, mientras le hago una seña al mozo para que me traiga otro whisky. Doble.
Se me afloja la lengua y les digo que “...ser soltera no es un problema...” que el verdadero problema es que los demás sientan vergüenza ajena ante tu estado civil, es esa mirada de pena que no pueden disimular cuando llegás sola a una boda, es saber que planean presentarte al pibe resaca, a ese que nadie eligió antes, a ese que,curiosamente, piensa lo mismo de vos sin conocerte.
El problema es la libre asociación (soltera=desesperada), es Febrero (el mes de los enamorados), la primavera (la estación del amor), cualquier promo 2x1 y, en hotelería, que lo mejor venga en ‘base doble”.
Ellas me miran horrorizadas, como si vieran a la protagonista de una película ochentosa en su departamento con vista al Hudson atestado de horribles muebles laqueados con detalles en dorado.
Ellos se ofrecen a llevarme a casa porque “con lo que tomaste no vas manejar”. Les doy la razón, pero para reafirmar que no entiendo nada de nada, me llamo un radiotaxi.
Al abrir la puerta de casa, reproduzco una línea de Batman Returns de Tim Burton cuando Gatúbela –encarnada por Michelle Pfeiffer- entrando a su departamento exclama: “Honey! Im home! ... Oh, I forgot. I’m not married”


***Este texto fue publicado en la edición de Noviembre de la revista El Planeta Urbano***


noviembre 04, 2008

DR FEELGOOD

La traumatología es una especialidad para vagos morbosos que trabajan para cumplir un horario, firmar una receta de diclofenac y obligar al resto de los mortales a llamarlos Doctor. El traumatólogo es a la medicina lo que un empleado municipal a la sociedad, lo que un decorador de interiores a la arquitectura.
Era el cuarto traumatólogo que veía en una semana. Como suelen no pegarle en el diagnóstico, apenas cierro la puerta del consultorio, llamo para pedir turno con otro, y así hasta terminar en la guardia de la prepaga llorando de dolor. Después de casi dos horas de espera, finalmente el traumatólogo salió del quirófano y al enterarse de que todavía tenía un paciente agarró una botella de vino envuelta para regalo y huyó –literalmente- dejándole al pibe de la recepción la incómoda tarea de darme la noticia. Finalmente me atendieron y la resonancia magnética arrojó el diagnóstico: esguince de tobillo. Esto se tradujo en un free-pass de 10 sesiones de kinesiología, no correr, no gimnasia, y tres kilos de más.
Gracias a que el Dr. Druetto me dejó en la sala de espera como a un Garoto de fruta de esos que no come nadie, conocí a un kinesiólogo irresistiblemente feo, y me enamoré no a primera vista, sino más bien promediando la rehabilitación.
Sin anillo, ni muñequitos enchapados en oro colgando del cuello pasó la última prueba de fuego: la de los mocasines. Los médicos suelen vestirse muy mal, sobretodo los que usan ‘ambo’ en lugar de guardapolvo con su apellido bordado en cursiva con hilo azul y una birome en el bolsillo. El truco está en chequear el calzado: los mocasines ya sea en gamuza o cuero con costuras blancas y/o flecos vienen indefectiblemente con pantalón pinzado color caqui, camisa rosa y el perchero entero de un local de Kevingston. En cambio, las zapatillas prometen al menos jean, remera y –a mi sano juicio- decencia.
El, usa zapatillas, como Doctor House y me vuelve loca.
Coquetear con un médico –o con un instructor de tennis- está en el top five de cosas patéticas que hacen las mujeres, y de solo pensarlo no puedo parar de reproducir internamente diálogos de explícito doble sentido dignos de un guión de Sofovich. El hecho de ser bastante práctica en mi vida, se traduce en no saber histeriquear. Consciente de esta ineptitud tiendo a creer que resulto obvia cuando en verdad termino siendo indiferente y antipática con el objeto de conquista (es decir, el sujeto a conquistar). En situaciones de tensión sexual soy torpe, tartamudeo al hablar, me pongo colorada y hago chistes malos. Muchos. Uno atrás del otro.
Acorde a esto, mis sesiones se desarrollaron con total anormalidad: casi me desnuco al perder el equilibrio en una camilla, estoy llena de moretones por haberme tropezado en reiteradas oportunidades con la misma silla y más de una vez tuvieron que despertarme al finalizar la sesión de magnetoterapia.
Cuando por fin me relajé, y la cosa empezó a fluir merced a diálogos menos ansiosos y más genuinos, al Licenciado se le dio por hacerme un masaje rehabilitante levantándome el jean hasta la rodilla. Ahí nomás me corrió un sudor frío por la espalda, abrí grande los ojos y casi salto en la camilla para increparlo:
-¿Qué hacés? ¿Estás loco? Tengo un esguince de to-bi-llo...y turno con la depiladora recién a las 5!
Pero me limité a cerrar los ojos y hacer fuerza para que se cumpliera mi deseo:
ser metida dentro de un patrullero con una campera en la cabeza.
Llegué a la última sesión esperando que me invitara a salir, rezando como cuando jugaba a la botellita en la primaria: “Que me toque con el kinesiólogo, que me toque con el kinesiólogo”,.
-“Ponce! – gritó su asistente con mi ficha en la mano -El Doctor Eugenio Murguiondo no viene hoy, acompañeme por favor”. (Juro que hizo el gestito de “Síganme los buenos”)
Asentí como una actriz de reparto de comedia romántica a la que le tocó el rol de amiga looser de la protagonista y fui a que me diera de alta un flogger.
Al llegar a casa, me preparé un Bloody Mary con mucho vodka y le envié un mail a Murguiondo:

¿Me hago romper el tobillo izquierdo para que me rehabilites o me vas a invitar a salir?

*El dibujito es de Paula Romani*

***Este texto fue publicado en la edición de Octubre de la revista El Planeta Urbano***




octubre 28, 2008

Estadística

De diez policías que veo por la calle, diez están mandando "mensajitos" de texto.

octubre 05, 2008

Libertad Condicional

Normalmente paso toda la semana esperando que sea Viernes, pero desde que la última soltera de mis amigas se puso de novia, anulando así su individualidad y nuestros encuentros, mis fines de semana se convirtieron en un viaducto subterráneo que nadie se anima a transitar.
En invierno paso el fin de semana como un preso VIP: me levanto de la cama únicamente para hacer capuccinos gigantes y abrirle al delivery. Miro documentales, series repetidas y una que otra película mala. No atiendo el teléfono, paso horas en google y si tengo suerte me quedo dormida gracias al microclima generado por el edredón y el calorcito de la notebook sobre mis piernas. Llevo tatuado un pijama que no es más que un jogging rotoso, una remera enorme que ligué en alguna promoción, medias de distintos pares y unas pantuflas mugrientas, enormes. Cuando me lloran los ojos de tanta tv, pongo la peor música bajonera que va desde Bonnie Tyler con Total Eclipse of the heart hasta Against all Odds de Phill Collins, y canto apasionadamente mientras me sirvo hectolitros de Coca Light y borro los mensajes que deja mi madre en el contestador.
Este sábado ante la amenaza de una fiesta salgo en libertad condicional. Me esperan la ducha, el secador de pelo, la bucleadora y un set de maquillaje. Saco del armario decenas de polleras, vestidos, remeras, pantalones y calzas: a juzgar por la cantidad de ropa desparramada en el living parece que hubieran entrado ladrones. Después de armar y probarme 9 posibles conjuntos, termino con lo mismo de siempre: strapless, chupín y stilettos. Todo NEGRO.
Agarro la carterita donde no entra nunca nada, me muerdo el labio inferior y miro de reojo el sofá-cama, la manta de polar y la cuarta temporada de House en dvd, pero, esfuerzo sobrehumano mediante, hago abandono de hogar. Me siento como cuando Rocky le ganó la pelea al ruso en el final de Rocky IV: exhausta , toda golpeada pero victoriosa.
Las luces, el ruido, los emos, la superpoblación en los bares, y la falta de lugar para estacionar me recuerdan que es Sábado a la noche y que fue una gran decisión no mudarme a Palermo. Después de 25 minutos dando vueltas dejo el auto a cuatro cuadras en custodia del trapito de turno: un viejito de no menos de 70 años que al cerrar mi puerta me dice: -“Pero qué linda colonia!”.
Una vez en la fiesta –en la que no conozco a nadie- pido un trago y doy vueltas, me paseo por el lugar con el vaso en la mano perfeccionando el walking looser. Justo cuando me decido a volver al lugar de donde nunca debí haber salido me deja sorda un grito escandaloso. Lo que me faltaba: un amigo gay ícono de la soltería over 30 que me obliga a quedarme a fuerza de tragos gratis y promesas de baile. Después de señalarle a la mitad de la concurrencia masculina y tras enterarme que la heterosexualidad está muy lejos de ellos, me resigné y acepté más tequilas de los que tengo permitidos. Tres horas más tarde mi compañero de baile y yo eramos los dos únicos freaks de circo pobre de la costa atlántica fuera de temporada que quedábamos en la pista, pero no por mucho más. El patovica del lugar interrumpiendo nuestra coreografía nos avisa que en cinco minutos cierran. Cinco minutos: tiempo más que suficiente para hacer el balance de la noche. A pesar de estar y sentirme espléndida no me miró nadie. Bailé toda la noche con el imitador argentino de Madonna –que se fue con el Disc Jockey- , me echaron del boliche y el único piropo que recibí fue del trapito que confundió el perfume importado que todavía estoy pagando en petrodólares de curso legal con una colonia que viene en envase de plástico de medio litro.
Convencida de que se trata de un castigo, de una maldición, del despecho de un pijama abandonado, juro no volver a salir y en caso de caer en la tentación: autoflagelarme. Barajo la posibilidad de comprar un libro de Osho, raparme, cambiar los chupines y el strapless por una túnica naranja y viajar a la India sin vacunas con la secreta intención de agarrar una peste mortal para pasar mis últimos días alucinando con elefantes voladores de colores brillantes lejos de la mirada compasiva del encargado del edificio que me abre la puerta a las cinco y media de la mañana.


***Este texto fue publicado en la revista "El Planeta Urbano" en la edición del Mes de SePtiembre***

septiembre 18, 2008

Mal gusto

Está demostrado que objetos de mal gusto como “el estuche portacelular” y “la riñonera” no han tenido éxito, pero cierta gente obstinada insiste (naturalmente). Me pregunto qué los llevará a atarse un mini bolso amorfo de mal diseño con cierres y costuras enormes a la cintura como si se tratara de un accesorio de moda.
Personalmente, me daña las corneas ver un celular prendido a un cinturón, al elástico de la pollera, del pantalón o como vi ayer en el gimnasio: de la calza. (Realmente me siento drácula frente a un crucifijo o un racimo de ajos.) Pero en ese ámbito todo fue peor. Porque no es sólo el teléfono celular móvil colgante: es la locación, y la actitud y conducta del protagonista. Nada más parecido a un pollo a toda hormona sobre una bandeja de telgopor envuelto en papel film desfilando por la cinta transportadora de la caja del supermercado. Todo blanco, gordo, transpirado...desagradable.
Trato de imaginar cuáles son las decisiones que no pueden esperar, que lo habilitan y obligan a interrumpir su actividad física: ¿Cenar matambre a la pizza o sorrentinos cuatro quesos? ¿Ir al Il gran Caruso o Fechoría? ¿Isla Flotante o Torta Rogel de postre?
Mientras yo tengo que esperar para correr él mira vidrieras de rotiserías virtuales al ritmo de un vals para tortugas longevas caminando pesado sobre la cinta, respirando fuerte, entrecortado, aullando, exagerando el tono de voz al hablar:

“Estoy entrenando. Ahora te llamo al “movicóN” cuando termino”.


Indignada, y con un exceso de estrógenos importante, pulsé el botón STOP de la cinta y lo encaré:

“Disculpame...un par de cosas: Primero: ¿Por qué gritás?!!!
Segundo: no estás entrenando cementerio de Danette! Estás caminando a menos de 5 kilómetros por hora!
Además: ¿Ahora te llamo? Hablá bien: ahora estás caminando, vas a llamar (después) cuando termines de hacer lo que estás haciendo (ahora); y por último: NO es MovicóN, sino Movicom que, para tu información es una empresa que desapareció hace -por lo menos- 3 años dinosaurio de mierda!
Ahora bajate de ahí y dejame correr que a diferencia de tu caso, yo sí entreno.”


En realidad no le paré la cinta ni le dije nada.
Pero lo pensé.




septiembre 11, 2008

Dos gotas de agua

Hasta el año 1993 -cuando vi 'Drácula' de Coppola- pensé que Gary Oldman era Arnold de Blanco & Negro [Diff'rent Strokes]

septiembre 06, 2008

Cuestión de Pesas

Volví de las vacaciones de invierno con 5 kilos de más. Cinco kilos que sumados a los otros 4 extras con los que arranqué el 2008, totalizan 9. Nueve kilos! Es como si me hubiera comido a mi sobrina, al perro de mi ex...es un pack de 6 Coca-Light de litro y medio!
Justo cuando estaba por redondear en 10, mi madre me regala un freepass para un mega-gimnasio.


Madre
Leudaste Marinita .
Con lo bien que te queda que se te marquen los huesitos, no entiendo cómo te dejaste estar hija. Cuánto engordaste, sabés?

Yo
(agarrando la última medialuna rellena con jamón y queso)
Lo mío no es gordura. Es generosidad!

Acepté el pase sólo porque tengo un casamiento, y me va a venir fantástico el programa. Para no abandonar me compré unas pastillas para adelgazar, un abdominazer y una faja.
Si naturalmente tengo peor humor que Mirtha Legrand en un corte, a dieta y empastillada soy un doberman entrenado para matar. Si yo fuera mi entorno evitaría todo tipo de contacto conmigo durante los próximos meses. Eso sí, a esa boda llego histérica pero -sino con el cuerpo- al menos con la carita de enferma de Kate Moss después de una noche de desprolijidades.

Tomé coraje y me anoté.
La rubia de la recepción se hace la linda con el musculoso de turno: “Ay, cortala Mariannn”, y cerrando –canchera- su celular con cámara, mp3, radio, espejo, aire acondicionado frío/calor y bidet me indica
Rubia:
En el salón están los profes. Te van a armar una rutina cuando termines la adaptación, ok? Permitime tu carnet…
Listo Mari!


Pienso (La próxima vez que me digas Mari te desnuco con una mancuerna), me autocensuro y le sonrío falsa.

Al pasar el molinete me aborda la version 3d de Johny Bravo, un gordo disimulado atrapado en una remera que lo proclama instructor:

Johny Bravo
Hola Soy Marcelo. Contame tus objetivos: tonificar? Perder peso? Ganar resistencia?

Yo
(Sí...resistencia a los alfajores)
Todo eso, pero a las ocho me tengo que ir.


Todos los profesores de gimnasia se llaman Marcelo, Gustavo o Christian (con H, sólo si es con H), y les gusta que les digan “profe”.
Marcelo me llevó al sector donde están las cintas, las bicicletas y esos aparatos que promocionan en TV Compras astros yankees retirados del fisicoculturismo y misses universo latinas en el olvido.

Johny Bravo
Hacemos una entradita en calor?

Los profes dicen “trabajamos”, “hacemos”, “corremos”…etc. Utilizan sin el más mínimo pudor la forma inclusiva de la segunda persona del plural tratando de engañarnos, haciéndonos creer que nos acompañanan (en el dolor?). Tienen un exceso de buena onda y energía que me resulta irritante. Desconfío de la gente que no está de mal humor al menos dos veces por semana.

Arriba de la cinta empiezo a correr como un hamster. A los dos minutos me quiero bajar, no doy más, el aire no corre, el paisaje no cambia, me aburro y me faltan 18 minutos. 18 minutos y yo ni siquiera con un walkman vine. Me siento Bette Midler en su peor momento e inmediatamente busco una imagen para reemplazarla porque no me hace nada bien. Intento no pensar en lo que estoy haciendo, a ver si así esto pasa rápido, pero todo a mi alrededor me lo recuerda.

Me distraigo observando el zoológico: a juzgar por el vestuario, la mayoría podría pertenecer a un grupo de extras de la segunda temporada de Lost. Todavía impresionada ante la diversidad de especies, me pregunto cuánto hace que la gorda en minishort viene al gimnasio, cuántas veces en lo que va de la semana se salió de la dieta y si habrá roto algún step en su vida. Sigo pensando y ahora preguntándome si el hippie batik con bolso tejido y sandalias sabrá que llegó 30 años tarde, si la falsa Missy Elliot es hip-hopera de nacimiento o por opción (era eso o el minishort) y si el Ucraniano entenderá algo de lo que le dice Marcelo...o Christian con H o Gustavo.

Faltando 47 segundos para que termine la tortura noto que hay gotas en el piso, alrededor de mi cinta. Me muero del horror si mi transpiración se está suicidando y dejando rastros! Que no venga nadie que yo conozca y me vea en este estado vergonzoso porque voy a tener que vivir el resto de mis días en el exilio. De sólo pensar en la posibilidad de tener (como la pelirroja de al lado) un camino irregular de sudor sobre la calza justo a lo largo de “la raya”, me hiperventilo. Qué espanto.

Johny Bravo
Elongamos?

Me entrego y Marcelo me dobla como un origami.

Johny Bravo
Te dejo un horario. Te recomiendo Fight-Do que es como Aerobox pero más “power” y yogalates para bajar un poco


Yogalates? De qué me hablás? Quiero salir corriendo -con todo el esfuerzo que eso significa en este momento- ponerme una media de nylon en la cara, amotinarme en un tenerdor libre, y cuando lleguen los patrulleros pedirle al mediador un último delivery: Volta , Perssico o Freddo (en ese orden) “para bajar un poco”.




***Este texto fue publicado en la revista "El Planeta Urbano" en la edición del Mes de Agosto***

agosto 01, 2008

Venite con Ropa Cómoda



Curso, taller, seminario o clase abierta: no importa, yo me anoto. En los últimos tres años pasé por fotografía, cocina macrobiótica, degustación de vinos, alemán, auriculoterapia, serigrafía, tarot egipcio, adiestramiento canino, percusión y kabbalah. Conocí mucha gente. Tanta que se me hacía imposible retener nombres. Sus rostros se me mezclaban y si, por ejemplo, me cruzaba con Jorge –el de karate- de traje por el microcentro, seguro que no lo reconocía. Esto también pasa con Superman y Clark Kent, no es nada nuevo.
Me fascina conocer gente y armar redes de personas. Los cursos son, probablemente, la mejor opción. Aunque no siempre los grupos que surgen resultan interesantes, sirven a la hora de generar contactos útiles para favores futuros. Renovar el pasaporte? Julio de Photoshop. Conseguir departamento? Mabel de Digitopuntura. Una receta de Valium? Nelly de grafología.
Abandoné esta concepción positiva de los cursos el día que me anoté en Yoga por indicación médica.
Dr:
“Tiene que bajar un poquito las revoluciones.”

Yo:
“Ansiolíticos a esta edad, le parece?”

Dr:
“Practicó alguna vez ‘I-o-g-a’?”

Lo más cerca del i-o-g-a que había estado era parada abajo de una foto de Indra Devi en un vagón de la línea A del subte.
Camino a casa, me compré una lata de té verde, unos sahumerios de jengibre, una colchonetita y me anoté en I-o-g-a.

Al día siguiente me puse el pantalón de modal (“…trae ropa cómoda” me habían dicho al inscribirme), la remera obvia con el símbolo del ying yang, y salí tempranísimo de casa para llegar a clase puntual. Entré en el salón, y una vez descalza pude caminar por el tatami. El profesor se presentó y a continuación me hizo un gesto raro. Comprendí que era una especie de saludo y traté, sin suerte, de imitarlo. Me dijo que en realidad era con la otra mano, que aún faltaban quince minutos para que comenzara la clase y que mientras él iba a buscar un batido proteico y no se qué pavadas más yo podía aprovechar para elongar. Desplegando mi colchonetita me di cuenta de lo inútil que resultaba el accesorio en ese lugar y lo ridícula que me vería poniéndolo sobre la gran colchoneta del salón. Quién necesitaba colchoneta teniendo un tatami traído probablemente de China, Korea o Taiwán? Era como hacer un sandwich relleno de pan, o ir a comer al Barrio Chino con una salsa de soja en la cartera. Decidí esconderla bajo mi bolso, pero me descubrió una vieja mala onda

Vieja:
“Esto no es un perchero querida. Los bolsos se dejan en el locker, y si no tenés locker en la recepción, pero si Aneko ve un ‘bulto’ ahi tirado...contaminando el ambiente...”

Yo:
“Buda no lo permita”

Aguantando las ganas de tirarle un container lleno de adoquines por la espalda y desearle que se rompa la cadera de tres a cuatro veces en lo que queda del año, voy a contaminar la recepción con mi bolso mugriento de trescientos ochenta y cuatro pesos en tres pagos.

Vuelvo al salón, ignoro a la vieja y me siento con las piernas estiradas hacia adelante. Trato de alcanzar con las manos la punta de los dedos de los pies, pero con suerte, torpeza y mucho esfuerzo llego a las rodillas.

Aburrida, junto las manos, entrelazo los dedos, y subo los brazos por encima de la cabeza, estirándome como un gato callejero sin modales. Entrecierro los ojos y bostezo abriendo monumentalmente la boca.
Vestido como un yudoka entra un morocho di-vi-no a todo músculo, fribroso, dorado, tallado a mano. Deja la casaca sobre un banco y camina en dirección a mí. Ralento la imagen para guardarla en el disco rígido de mi memoria. Es hora de devolver la mandíbula a su lugar y dejar de mirarlo fijamente, pero es como tratar de no mirarle el bozo a Romina, la cajera del supermercado que se decolora los bigotes: por más que me esfuerce, no hay caso, la vista se desvía involuntariamente.

Mr. Músculo:
“Nos conocemos?”

Yo:
“No, no, no. Eh…no, no creo”

Mr. Músculo:
“Juan Pablo”

Yo:
“Encantada”
(¿ENCANTADA?! ¿Qué tengo? ¿Sesenta?!)


Pasé toda la clase acomodándome el pelo, chequeando la hora, mirando de reojo, planeando hacerme pedicuría y belleza de pies para la próxima clase. Busqué excusas para hablarle, ensayé mentalmente lo que le iba a decir y creo que hasta me quedé dormida.

Y si ronqué? Por las dudas, cuando teminó la clase salí corriendo.

Recepcionista:
“El locker se cobra por adelantado con la cuota, la llave no tiene duplicado y si la perdés se te cobra un mes extra más los gastos del cerrajero”

Yo:
“Sí...gracias. Hasta el Jueves…Namasté.”

De lo que creí que era el más allá, escuché una voz:

“Chau, hasta el Jueves”

Sabiendo que era él, me di vuelta en cámara lenta soltándome el pelo. La fluidez de mis movimientos se vio interrumpida cuando en lugar de “mi” morocho, me encuentro con un muñeco sucio de la pantera rosa. Un disfrazado del tren de la alegría de Plaza Italia que se saca la cabeza-máscara sosteniéndola como una pelota de football, descubriendo su verdadera identidad: Mr. Músculo.
Ante tal amenaza me vi obligada a huir, anunciando que talvez muera soltera, pero eso sí: con glamour, doscientros treinta y siete cursos abandonados en mi haber y una agenda de lo más variada.


-Este texto fue publicado en la edición de Julio de 2008 de "El Planeta Urbano"-



julio 19, 2008

No obstante lo cual...

Hoy me levanté con ganas de escuchar Pappo.

junio 01, 2008

Tacuarenteens


Poco antes de cumplir los cincuenta, las mujeres comienzan a tener ciertos comportamientos extraños, como por ejemplo, hablarle con tono de actriz de reparto de comedia “picaresca” a determinados proveedores, a saber: verduleros, almaceneros y carniceros, entre otros. Hay un ritual de seducción extraño, que roza el grotesco y termina donde empieza la histeria. Este comportamiento sólo se manifiesta ante el sexo masculino, y se lo vincula a la fantasía de gran parte de las amas de casa argentinas de tener sexo con personajes/superheroes de la talla de Mr Músculo, Cocinero, Martiniano Molina entre otros.

Caigo en la irresistible tentación de abrir un paréntesis en defensa de la mujer objeto de análisis de este texto y una felicitación si se quiere, al departamento de marketing de Mr Músculo por haber creado un personaje mucho más sexy y varonil que la Gota de Magistral. Mr músculo es el icono metrosexual de los productos de limpieza, mientras que la imagen de la Gota (Gorda) representaría al sector más bajo de la comunidad travesti: mal teñida, sin ropa y con voz de hombre mal camuflada.
Y aunque la Gota siempre me pareció insoportable debo reconocer que la botellita de 700cm3 me dura un año. Cierro paréntesis.

Otra conducta interesante, consiste en bailar espásticamente cualquier melodía en lugares poco habituales y ante la presencia, incluso, de extraños en código (con cara de): "vean qué moderna soy”

Ayer mientras esperaba a que me atendieran en la peluquería del barrio lo volví a ver . Acababan de “hacerle la planchita” [cada día hablamos peor!] y estaba chocha de la vida. Se puso el camperón digno de la edad y de la falta de buen gusto, y sosteniendo un billete de veinte pesos comenzó a mover la patita, la cadera y el hombro tratando –sin éxito- de seguir el ritmo del último hit (tremendo) de Lilly Allen que sonaba en la fm pelotuda de turno mal sintonizada, mientras esperaba que le cobraran. Y en ella vi a mi madre, vi a mi abuela, a la tía “canchera” de algún amigo, a montones de mujeres over forty.
Me pregunto también en qué momento de la vida y por sobre todas las cosas qué es lo que las motiva a usar el pelo corto, teñido de un rubio feo, verdoso y con rulos de ruleros? Me pregunto si a mí me llegará ese día.
Sólo estoy segura de que coincide con la época en que se fanatizan por los sahumerios, los “hornitos” de aceite, los libros de autoayuda, los patos de cerámica como elemento decoraivo y las paredes pintadas con la técnica del marmolado.

Volvamos a “el baile”. A medida que van distorsionando la realidad su autoestima se dispara al ciberespacio, y el zapateo, la patadita, el chasquido de los dedos, y el revoleo de cabeza hacia atrás seguido por un nada tímido “UUUUHHH” parecen no tener fin.
Un dato curioso: lo hacen siempre frente a un menor de edad. Esta vez, la víctima fue el cajero -hijo de la peluquera- un gordito adolescente, con el malhumor trash característico de la pubertad.
El gordito, niño envuelto, apretado en una remera negra de Evanescence evita mirarla, pero yo no.
El se concentra en el orden de los billetes, en la caja, en el vuelto. Yo no puedo dejar de observarla y de repetir ese movimiento en mi memoria, una y otra vez, como si se tratara de una coreografía. Y me siento un paparazzi, robándole ese momento. Y como todo paparazzi no tengo culpa ni escrúpulos, y sigo disparando.

mayo 16, 2008

Navitrash


Detesto la Navidad.
Yo no se qué es, pero no la tolero.
No me animo a decir que me deprime, primero por que no se si es eso realmente lo que genera en mí y segundo porque parece que está de moda deprimirse por la navidad [como están de moda los ataques de pánico, la música electrónica y tomar vino tinto entre mujeres].
La Navidad era otra cosa cuando eramos chicos. Cuando tampoco entendíamos nada, pero no entender estaba bueno. Cuando éramos chicos la Navidad era Papá Noel, o los regalos que te dejaba, incluso cuando descubrías la cruda realidad o te la echaba en cara un compañero del colegio: "Papá Noel no existe". Algo sospechabas, eso de que fuera tan puntual te hacía ruido, ni hablar de que el delivery llegara a todo el mundo. ¿Y qué es eso de que muy pocos lo ven el 25 cuando deja los regalos y todos lo ven todo el tiempo una semana antes en los shoppings, en la calle, hasta por tv?
La gente no entiende de qué se trata, entonces hacen cualquiera. Y cualquiera es juntarse. Amontonarse. No matter what.
Se apelotonan en la calle, en los negocios, en sus casas, en todos lados. Juntarse y consumir. La Navidad hace que consumas. Porque es para eso que está la Navidad: para apelotonarse y consumir. Empezando por salir como esquizofrénicos un día antes -horas antes- a comprar regalos para toda la familia -la que soportás, la que no tanto, la que ni fu ni fa y la que no querés ver ni en una foto- y cerrando con la cena navideña hipercalórica: llamar al delivery del hemisferio norte parece ser nuestro metier, y entrarle a la mesa XXL hasta que no haya botón ni uvasal que aguante.
Entradas varias donde las viejas se lucen con sus vitel thone, huevos y tomates rellenos, piononos salados y tablas de quesos y fiambres. Y vos ves todo eso ahí, todo junto, y recién son las 9 de la noche y sabés que te quedan por lo menos 3 horas. Y qué hacés? Le entrás. Te servís un poco de vitel thoné porque sabés que es la única ocasión en el año en que te enfrentás a ese plato -talvez el 31 haya, pero ¿para qué arriesgarte?-. Alguien te pide que le pases la fuente con los tomates rellenos, y cuando la agarrás te servís: “total es tomate, es livianito”. Y mientras tratás de concentrarte en tu masticar, así no escuchás la sarta de pelotudeces que se dicen en esa mesa, y alguna vez o varias, escuchaste eso de que hay que masticar muy bien -¿cien veces?- cada bocado, entonces contás 14,15,16,17, y no sabés cómo vas a hacer para aguantar mucho tiempo más ese bolo alimenticio en tu boca. Te servís vino porque sabés que sino la noche te va a quedar atragantada, y ¿qué mejor que tomar vino tinto y picar unos quesitos de la tabla? Recién son las 9:15. Si tenés la suerte de no haber decidido dejar de fumar, te prendés un cigarrillo como para mantener la boca ocupada con otra cosa que no quede mal en la mesa delante de tanta gente y que no sea, por supuesto, más comida.
¿Por qué no prenden el televisor?
Pensás que la gente por la que estás sentada a la mesa es la misma gente con la que almorzás o cenás al menos una vez al mes. Te preguntás –sabiendo la respuesta de antemano- si siempre que se reúnen comen como si no hubieran probado bocado en semanas.
Si por lo menos cambiaran la estación de radio! Un villancico más y empezás a revolear las piezas del pesebre por el aire.
Y te queda el pionono qué le vas a hacer? Antes de que se lleven la bandeja, antes de que la boca te quede libre como para dar alguna opinión que no va a ser bien recibida, antes de que te enganchen para “dar una manito” en la cocina, antes te servís un par de rodajas de pionono preguntándote por qué no hacen esto en febrero en una comida cualquiera. Lo mismo con el vitel thoné.Insisto: ¿Por qué hay que esperar al 24 de Diciembre? ¿Por qué nadie hace vitel thoné a fines de Septiembre o mediados de Octubre? ¿Por qué nadie apaga esa radio?!
Entonces entra en cuadro una bandeja con lechón seguido por un tupper con “rusa”. A quién se le ocurre comer lechón en pleno verano con 35ºc ? A los mismos que se les ocurrió que estaba bien comer pan dulce, frutas abrillantadas, secas, pasas de uva bañadas con chocolate, mantecol, etc, etc, etc.
Te mandan la ensalada rusa como para que “bajes” el lechón, aún sabiendo que se necesita más que eso para bajar tamaño animal, y más aún, se necesita otra ensalada para bajar ese bloque apelmazado de papa, arveja, zanahoria y mayonesa.
Te hacés la anoréxica en recuperación y te servís una porción mínima. Apenas son las 10. Por suerte alguien más se cansó de escuchar villancicos. No sabés qué te deprime más, si los cánticos navideños o enterarte de la vida de la vecina del 9ºF del edificio donde vive tu madre .
En serio, pongan una de Chevy Chase.
No hay ventilador de techo ni ventana abierta tratando de hacer corriente que alcance para erradicar la ola calor que dejó la cocción del lechón.
Una abuela –que no es la tuya- se desabrocha un par de botones dejándote ver la unión de un par de arrugados senos que sirven para sostener esa arveja que saltó suicida del tenedor en pos de una vida sin cubos de papas y zanahorias. Mientras te preguntás por qué tenés que estar presenciando dicho espectáculo, la tía de tu derecha te pide,mientras mastica –o bien pelea, no se sabe- un trozo rebelde de lechón, que le pases la “noentendisteque”. Fatal error, ahora debe repetirlo. Lluvia de lechón.
Te levantás para ir al baño a sacarte los restos de los restos del animal en cuestión, te deslizás por el pasillo y llegás –siguiendo las indicaciones de más personas de las que hubieras querido- a la “puerta con ventana de al lado del placard azul chiquito que está enfrente de la escalera que va al primer piso”.
Toilette. Baño de invitados. Para las “visitas”. Vos qué sos entonces? Una visita. Alguien que pasó a visitar, y las visitas usan el baño generalmente, pero qué les hace pensar que van a usar el baño principal? El baño Real. El baño posta. El baño total. EL BAÑO. No, no, no. De ninguna manera. Que la visita se siente en mi inodoro? Revise el interior de mi botiquín? Mire adentro de mi bañera? Sepa qué marca de pomada antimicótica uso? Que la visita ni se acerque AL BAÑO. Que vaya al bañito. Chiquito, incómodo, express. Pero eso sí, hagámoslo lindo, disimulemos, pongámosle una onda, que sientan que es especial el bañito, que los cuidamos, que nos importan. Entonces te ponen unos jabones con forma de flor por todas partes, toallas, toallitas y toallines con broderie y flores –si, más flores- te ponen un recipiente de vidrio de 7cm de diámetro lleno de hojas secas –sí, de flores, de qué otra cosa?- que aprendieron a hacer viendo una repetición de “Utilísima” por cable una noche que no se podían dormir -la misma noche que descubrieron que potpourri se aplica no sólo a una selección de varios temas cantados por Claudia Lapacó en lo de Susana Giménez-.
Pero le ponen tanto empeño en disimular que en realidad te están discriminando más que cuidándote, que se olvidan de reponer el papel higiénico o de preveer dejar unos rollos extras la única noche del año que tienen más visitantes que locales.
Salís por la puerta con ventana de al lado del placard azul chiquito que está enfrente de la escalera que va al primer piso. Te sigue el inconfundible y nauseabundo olor a flor muerta, enjabonada, seca.
Ganaste diez minutos.
Por suerte nadie parece haber notado tu ausencia. De hecho la llegada de unos invitados de último momento ayudó a que no escuches un “Estás descompuesta?” seguido de todas las miradas apuntando a vos.
Trajeron matambre casero con rusa. Qué originales.
Mientras te están arrinconando y estrujando y moviendo para que los nuevos comensales se acomoden, te meten en el plato una pata de pollo sin preguntar. Pensás que aún no son las 11, que el tiempo no pasa, que talvez haciendo una excursión al baño de visitas en media hora se haga más llevadera la espera. La espera. Qué es exactamente lo que estamos esperando desde que llegamos? Claro! Irnos.
Sacás un cigarrillo del atado y lo ponés entre el índice y el mayor de la mano derecha mientras con la izquierda buscás uno de los 3 encendedores robados que tenés en la cartera. Sostenés ahora con los labios el cigarrillo y dejás la mano derecha libre para seguir buceando en la cartera. Miradas de desaprobación absoluta. Es hora de salir al balcón. Te enfurece que encima de todo nisiquiera podés fumar en paz un cigarrillo para bajar el lechón, el matambrito, la pata de pollo y las toneladas de ensalada rusa. Entonces una patada en la pantorrilla casi te deja inválida, y decidís –por tu bien y el de esa criatura del infierno- apagar el cigarrillo y volver a la mesa del mantel de los renos, los pinos cubiertos con nieve y los moños rojos.
Volviste a zafar de “dar una manito” levantando los platos, llevándolos a la cocina, seguir el ritual de “dejá que yo lavo”, “no, mirá si vas a lavar vos!”, “en serio, no me cuesta nada…” y así terminás lavando cuarenta y ocho platos, docenas y docenas de cubiertos, seis fuentes, cacerolas, tuppers y los vasos de la chocolatada que tomaron los chicos a la tarde.
Falta menos. Ya consumiste 4300 calorías, que es lo que consumís en tres días normalmente, pero falta menos eh!
Una horda de mujeres sale de la cocina con más bandejas, y platos, y cazuelas. Ahora todo tiene sentido! Postres hipercalóricos para combatir el frío! El frío cerebral que tenemos en este hemisferio cuando de planear comidas navideñas se trata: “Qué comen "allá" ? Y bueno, comámos lo mismo!” Y así, como formando parte de una coreografía perfecta, las almendras, nueces, castañas, lentejas de chocolate y los turrones van aterrizando en la mesa con el mantel de los renos, los pinos cubiertos con nieve, los moños rojos, las migas, las aureolas de tinto, los lamparones de grasa, los restos de mayonesa, zanahoria, papa, relleno de tomates, matambrito y lechón.
Nadie los toca. Claro, están hasta la naríz de comida, qué van a tocar? Gracias, acá no entra una garrapiñada más! Cerramos? Entonces ves llegar utensilios, bowls individuales, platos de postre. Y ahora qué? Ahora el postre. Ahora el helado, las tortas y el pan dulce. El hecho de no tocar las nueces y compañía responde a “estamos esperando el postre, esto es una especie de tentempie, con esto aguantamos hasta el brindis”.
No podés más, pero te ponen la torta a una distancia tal que es imposible negarse. Te preguntás si la de brownie y merengue estará tan buena. Sólo probando te vas a sacar la duda asique…”me pasás una porción de esa por favor? Sí, esa. Una porción más bien chiquita…sí, así está bien…gracias” Qué le ibas a decir? “Tana bruta eso es chiquito para vos?!” No, claro. Y le das pelea al brownie rogando por un café que no llega nunca.
Cuando empezás a preguntarte por qué trajeron esos bowls pequeños caen –aparentemente del techo- recipientes de telgopor blanco…”Tramontana no quedaba más, asique trajimos Super Sambayón, Chocolate Suizo, Mascarpone con frutos y Dulce de Leche con brownie…” Si volvés a escuchar la palabra brownie vas a decorar –con muy mal gusto- el baño de las visitas, asique decidís darte una vuelta por ahí, por las dudas. Llegás a la puerta azul abrís y te das cuenta que el baño de las visitas no tenía cajas en el piso ni un barral, ni perchas, ni…
Te das cuenta también de que tomaste más alcohol del que creías y de que hay otra visita en el baño de las visitas, porque la ventana de la puerta está llena de luz. No sabés si esperar o volver a la mesa y enfrentarte con el helado de sambayón. Valentía se requiere para ambos casos.
Son las 11:30, con suerte una criatura diabólica de esas que están en el balcón te va a patear la otra pantorrilla mientras te fumás el cigarrillo de la vergüenza familiar.
Apurate, no tardes mucho que a las doce te esperan dos bombachas rosas, un par de medias y un repasador-calendario.



-Este texto fue publicado en la edición de Diciembre 2007 de "El Planeta Urbano"-

mayo 08, 2008

Andá a lavar los platos!

Todo empezó en un estacionamiento de Ciudad Universitaria, cuando un amigo con segundas intenciones se ofreció a enseñarme a manejar. Después de contarme “los secretos” del acelerador, el freno y el embrague [alguien que me diga por qué hay tanto pelotudo que le dice “embriage”!], e inmediatamente antes de pasar a la clase práctica, un clásico: la palanca de cambios. Debo reconocer que era bastante didáctico en sus explicaciones, y talvez demasiado anal dando detalles innecesarios para un primer acercamiento a la conducción automovilística...femenina. “Primera, es para arrancar, sacás lentamente el pie del embrague “así” y –simultáneamente - vas pisando despacio el acelerador que lo que hace es liberar combustible para que el auto se ponga en movimiento; el motor gira a no se cuantas vueltas por minuto y …” Y la verdad es que yo quería sentarme atrás del volante y moverlo como en las películas. Yo quería agarrar una curva y dejar huellas sobre el pavimento, poner la mano sobre el cabezal de la butaca del acompañante y girar la cabeza para hacer marcha atrás como los taxistas! Poco me importaba el proceso, la mecánica, el cómo y el qué es lo que hace que un auto se mueva o se deje de mover. Entonces después de mostrarme la quinta posición de la palanca de cambios me dice con la emoción con la que se cuenta un secreto: “y por ultimo la marcha atrás…” La ansiedad me estaba matando asique lo interrumpí: “Si, si, ya se, así” dije haciendo un dibujo en el aire. “Así, una erre mayúscula”. Yo creía, realmente lo creía, que, con la palanca de cambios como si fuera un lápiz imaginario, debía “dibujar” una erre mayúscula que empezara en segunda y terminara en reversa…así: desde el punto de inicio de la maniobra en cuestión, lo que hoy conocemos como “segunda”, trazar –imaginariamente, siempre imaginariamente- una línea ascendente hasta primera, de ahi una línea hacia la derecha hasta quedar en quinta, de ahi hacia abajo, pero sin llegar a marcha atrás sino quedando a mitad de camino, retroceder trazando una línea hacia la izquierda [entre primera y segunda], volver hacia la derecha a ese punto intermedio y bajar AHORA SI!, hasta la mismísima marcha atrás a.k.a. reversa y por eso la R!



Diez años más tarde…

Dos intentos fueron necesarios para que me dieran el registro. Sinceramente después de pegarle a una valla y moverla un metro y medio…yo misma no me lo hubiera dado la primera vez.

Me levanto con ganas de sacar a pasear la tarjeta de crédito.
No encuentro las llaves del auto. Reviso las 3 carteras que usé a lo largo de la semana, bolsillos, cajones, botiquín, heladera, freezer…nada. “No habré sido tan boluda de…” bajo corriendo las escaleras, casi me mato en el último tramo cuando la Havaiana izquierda confunde el borde de un escalón con un tobogán acuático y en una milésima de segundo -que dura como un minuto y medio- una avalancha de pensamientos, como voces: “largá todo, apoyá las manos, ay el palo que te vas a dar, cómo hago para mantener el equilibrio, la cadera!, imposible, lo que me faltaba…aaaaaah. GAME OVER. Me levanto como puedo y salgo a la vereda con el mismo temor a que el auto no esté de todos los días. Me acerco, saco el cartelito de “compro su auto” y la tarjeta de cabaret. Pego la frente al parabrisas y ahi veo las llaves puestas, colgando.
Me debato entre llorar, romper el vidrio de un cascotazo, llamar a un cerrajero o a un amigo tatuado que se cope forzando la cerradura. La última opción me parece la más coherente (!) y una vez con las llaves en mano y cincuenta pesos menos en la billetera, me jacto de haber tomado la decision correcta.

Voy por Avenida del Libertador, me siento espléndida, radiante, felíz.
Mi fuerte adicción a la tv, me hace pensar que soy ficción. Tiendo a creer que soy parte del elenco estable de una sitcom, de una película, o parte de un videoclip.
Voy en mi propia versión de Thelma & Louise, sin Thelma porque es mi remake y Thelma siempre me pareció medio pelotuda. O era Louise?
Subo el volumen, y canto con exagerada pasión encima del soundtrack original, moviendo la cabeza, achinando los ojos y arruinandolo todo.

Pongo tercera, siento un dejo de orgullo porque ya miro por los espejos retrovisores. Me cambio de carril y aviso con la luz de giro. “Comunicación” pienso “Fundamental”. Con el ipod, los lentes de Tita Merello y el aire acondicionado no me para nadie. Paso el hipódromo, cruzo Bullrich atravieso el puente y me acuerdo que tengo las zapatillas y las calzas en el baúl, para cuando baje el sol. Qué día magnífico!
Tomo la curvita de Sarmiento bordeando el monumento de los españoles, perfecto, qué calidad, estoy a punto de confirmar mi sospecha: tengo un don para el manejo.

Un sonido extraño pisa el tema que vengo cantando: Taca taca taca tact ac tac… Me pregunto qué será ese ruido. Tac taca tact ac tac. Se para el auto. Calma ante todo y balizas. “Comunicación, fundamental”.
Pienso que soy yo, que me colgué con un cambio, que talvez pisé un pedal equivocado. Me miro los pies, están en su lugar, la palanca de cambios intacta, como venía. No rompí nada. Qué hagooooooooo?!

“Dale boludaaaaaaaa” se escucha. Viene de afuera.

Trato de mantenerme serena.
Los autos pasan, siento la puteada, me miran. Les leo los labios, la mente.

“Qué mirás?!, nunca se te quedó el auto, infelíz? Maldita vaca estúpida! Que vos también sos mujer…inútil!”

Vuelvo a lo mío y pruebo nuevamente girando la llave. Otra vez: Tracatracatract “se va a parar...mhhh...” digo en voz alta. Tracatracatractracatrac “Aguantame tres cuadras más”.
Mi rezo no es escuchado, mi auto se apaga, se queda, ruido, quilombo por segunda vez en medio de Libertador, hora pico.

Bocinas.

Logro salir del aprieto, doblo en Salguero, y otra vez: trac trac troc. taratac tractac…ay, esta vez no se si llego! Balizas.
Pienso que poner las balizas equivale al “pido” infantil : me corro virtualmente del juego. “Meter la trompa” es el “canté pri” del automovilismo?
Todavía me resulta complicado el tema de la regla de “prioridad de paso”. Por lo general dejo pasar a todos porque hasta que pienso que la derecha es con la que escribo y la izquierda es…la otra, ya me pasaron por encima. No hay tiempo para pensar cuál es cuál, o frenás o sacás turno con el chapista.


Empiezo a ver el Shopping, como un Oasis. Subo la rampa no puedo explicar cómo y estaciono perfecto, como con una escuadra, por única vez. Me pregunto cómo todavía no se inventó un sistema que haga que las cuatro ruedas giren hasta quedar a 90 grados respecto de su posición original para que el auto simplemente se desplace de costado. Cuando la rueda toca el cordon, es momento de girar el volante y volver a la posición inicial.
Para cuando terminé la maniobra –magistral por cierto- se murió el auto, y yo necesito cambiarme la remera.

Tengo un plan B, asique pienso en relajarme y hacer lo que estaba previsto: comprar zapatos.

-“37 me dijiste? No me quedó nada.”
-“En marrón unicamente.”
-“Vendí el ultimo par esta mañana.”
-“No, no vuelven a entrar, son modelos exclusivos.”
-“Lo que ves en vidriera solamente.”
-“Sólo efectivo, estoy sin sistema.”

Intento convencerme: quién quiere tacos si al fin y al cabo manejo descalza? Está anocheciendo y yo técnicamente estoy varada en el Paseo Alcorta. Es hora de llamar al ACA y concertar un encuentro con el mecánico de turno en el 1er nivel del estacionamiento: E 113.
El ritual del auxilio mecánico linkeaba en algún punto con una sala de emergencias. El silencio del mecánico finalmente se quebró: “Este auto no tiene una gota de aceite” me retó.
Puse cara de “no estudié para el examen” mire el reloj (va en la izquierda o en la derecha?) y le pedí que me acompañara a comprar aceite al Carrefour.
Cuánto?!!! Me sale más barato traer nadando desde el Mediterráneo aceite de oliva para condimentar ensaladas de por vida!

Y ahi estamos el mecánico y yo, esperando en la caja del super. Ahi estoy acompañada por un hombre, como en los viejos tiempos, justo antes de la división de bienes. Esta vez él elige y yo pago. Yo rompo y me hago cargo, el arregla y no pasa factura. Está todo pago.



-Este texto fue publicado en la edición del mes de Abril de la revista "El Planeta Urbano"-