septiembre 25, 2009

Addicted to...

No necesito nada: no estoy enferma, no me duele la cabeza, ni la garganta, no necesito curitas y el frasquito de agua oxigenada que compré hace tres años no llegó a la mitad. Siempre encuentro una excusa: en primavera una alergia que no tengo, en invierno las tabletas efervescentes, caramelos por si me duele la garganta…quitaesmalte.

Tengo una adicción.

Cada vez que paso por la puerta de una “ciudad-farmacia” TENGO que entrar. Una fuerza desconocida, superior y poderosísima me posee, y voy como un bulímico a la heladera.

Paseo, doy vueltas, el tiempo no pasa ahi adentro.

Ya no se si se trata de una farmacia o de un supermercado ‘chino’ limpio atendido por occidentales con uniforme, pero no me importa porque para mí es lo que era Orlando cuando yo tenía siete: Disneyworld.

Si un día al entrar, encontrara un Mickey, un Pluto o gente fumando dentro círculo delimitado por arbustos, no me asombraría.

Es un lugar que te tira buena onda a pesar de sus horribles jingles que atrasan al menos una década. Siempre hay una promo, un dos por uno, urnas de acrílico para meter cupones, y concursos para ganar millones y salir de pobre o bien hacerse acreedor de un dvd de marca graciosa.

Pienso en un jugador compulsivo, y puedo sentir lo que sería en su caso tener un casino flotante cada tres cuadras. Porque el local todo es una ruleta y la línea de cajas literalmente un tragamonedas. Te vas acercando a la caja y las falsas oportunidades van apareciendo: chicles, barritas de cereal, preservativos, caramelos…vamos, un kiosko! Porque el viaje no termina en la caja, más bien es ahí donde todo comienza: con una infinidad de productos absolutamente innecesarios y supuestamente gratificantes. Vas a comprar ibuprofeno y terminás firmando un voucher de tarjeta de crédito por doscientos cincuenta pesos.

Mi madre no entra porque dice que lavan dinero -por esa misma razón no alquilábamos películas en la cadena de videoclubes Errol’s durante los 80’s. -pero yo, cada vez que paso por una sucursal entro y tengo que llevarme algo. Cualquier cosa: un jabón líquido, un polvo decolorante…un ‘rollisec’.

Una tarde de fin de mes salí de la oficina desesperada: necesitaba ir de shopping, pero mis tarjetas estaban todas en ROJO y en la billetera tenía veinte pesos. Decidí caminar un poco para calmarme, pero fue imposible: a las 2 cuadras vi al monstruo. Habían inaugurado una nueva sucursal enorme, brillante, diabólicamente tentadora. Sin dudarlo entré con banda musical mental, caminando triunfal en cámara lenta. Mi cabellera se agitaba como si hubieran puesto poderosísimos ventiladores para recibirme y mi respiración, lenta e intensa acompañaba mi andar. La gente dejaba de hacer lo que estaba haciendo para mirarme, y yo sabiéndolo, les sonreía y a cada sonrisa regalada le agregaba una mueca, un parpadeo lento, una mirada furtiva. Me sentía la protagonista de un comercial de Impulse de los 80’s. Faltaba que se me cayera el foulard y que al tratar de levantarlo se me adelantara un modelo de Colbert divino de ojos azules, mirada intensa y gel, mucho gel. Pero mi partenaire nunca llegó, talvez porque en lugar de dejar caer mi foulard, me tragué el cartelito de Wet Floor, caí de ‘pera’ al piso y patiné como un artista de Holiday On Ice hasta la última góndola sin escalas.

Alguien hizo zapping y de protagonista de comercial cosmético pasé a segundona de comedia romántica barata.

Me levanté como pude, y miré hacia atrás como si allí fuera a encontrar un culpable, o la respuesta a mi torpeza. Llena de vergüenza rechacé ayuda externa, y recorrí disimuladamente con la lengua mi dentadura para chequear que estuvieran intactas todas las piezas. Cuando me agaché a juntar cada uno de los cientocincuentayocho efectos personales que salieron ejectados del bolso, un par de esos inmundos suecos de goma con agujeros invadieron mi campo visual.

-Marina?

Levantando con miedo la vista recé: porelamordejesucristoredentornuestroseñoramenprometoquevoyaserbuenapersonaapartirdestemomentoperonomehagasestonomehagasestodiocesitonolohagas!

Pero se me vinieron todos mis años de ateismo encima al ver que mi ex, me miraba desde lo alto.



***Este texto fue publicado en la edición de Septiembre de la Revista El Planeta Urbano***

septiembre 10, 2009

La boda de mi peor amigo

Te levantaste temprano para ir a la depiladora, corriste para no perder el turno que tenías en la peluquería donde te hicieron color, lavado, corte, peinado, te aplicaron una ampolla, te hicieron las manos (qué mal hablamos!), pedicuría, belleza de pies, se llevaron cinco horas de tu sábado y tu aguinaldo. Apenas picoteaste algo en el almuerzo por miedo a que el vestido no te dejara respirar, desempolvaste la pashmina, pasaste a buscar la cartera minúscula que te prestó una prima para la ocasión, y también por lo de tu madre para rescatar esos aros divinos que le prestaste y nunca te devolvió. Te maquillaste sola corriendo el riesgo de quedar como la hermana de Piñón Fijo y practicaste una hora y media arriba de los stilettos. Llamaste un remise, pasaste a buscar a tus amigas -las que llegan tarde a todos lados- y esperaste veinte minutos a la primera mientras atendías los llamados histéricos de las otras dos que no tenían mejor cosa para hacer que quemarte la cabeza deliberadamente y al unísono como un disco de Las ardillitas. Cuando completaste el pool paraste en Farmacity a comprar Falgos, Alikal y Beldent (de menta) para todas. Terminaste pagando el viaje porque eras la única que tenía cambio. Al cerrar la puerta del auto la pashmina quedó enganchada y la mujer del remisero recibió un regalo inesperado esa noche.

Si sos mujer e hiciste por lo menos dos de estas cosas un sábado: Estuviste en un casamiento.

Cada vez que alguien menciona las palabras ‘Boda’ y/o ‘Casamiento’ tengo un deja-vu.

Sea de día o de noche, en un salón o en un campo para mí la boda siempre empieza con la imagen de un ser superficial, histérico y organizado. Generalmente mujer, la wedding planner es ese personaje que se pasea como loca por el salón, hablando sola (en realidad da ordenes a través de una especie de ‘manos libres’), gritando, haciendo todo tipo de señas a sus asistentes, creyendo que es invisible. La wedding planner, en vez de estudiar abogacía, medicina o arquitectura, encontró en internet unos cursos para satisfacer las necesidades de los vago-snobs del nuevo siglo y apostó todo a ellos (Personal Shopper, Cool Hunter, Party Planner entre otros)

Hace todo lo que a la novia le da fiaca hacer durante la previa haciéndose cargo de los preparativos de la boda aunque no es ella quien finalmente toma las decisiones y hace lo que se supone que la novia no debe hacer en el momento de la fiesta. Además de ser un muestrario ambulante de salones, invitaciones, centros de mesa, manteles, vajilla, entremeses, ‘esculturas’ en hielo y mesas de dulces, es la encargada de ‘que todo salga bien’, y habiendo conocido sólo algunas pocas novias puedo afirmar que eso es sinónimo de ‘soportar la presión más llena de hormonas asesinas ansiosas y descontroladas del planeta’.

Una vez que se ha hecho merecedora de mi compasión, y habiendo agradecido a mi familia por obligarme a seguir una carrera ‘convencional’, soy capaz de continuar.

La Recepción

El dj interrumpe la música –del tipo funcional hasta entonces- y el silencio lo anticipa todo. En ese momento nadie mira al disc jockey con cara de “no me digas que saltó la compactera!” porque se sabe que ese silencio de alguna manera pide a los invitados que dejen los calentitos, se acerquen a la entrada y sonrían porque los novios están por llegar.

Después de ese breve momento mudo: un tema. No un tema cualquiera sino “el tema con el que entramos al salón”. Es que algo tan ridiculo como el acceso a una casa devenida salon de fiestas merece realmente ser recordado como uno de los momentos más importantes de una boda? De una vida?

A continuación un breve listado de las obviedades más elegidas por las parejas:

My heart will go on [Celine Dion]

The Rebel in me [Jimmy Cliff]

She [por Elvis Costello]

You are the Sunshine of my life [Stevie Wonder]

Follow you, Follow me [Génesis]

Under my skin [Bono & Frank Sinatra]

Love of my life [Queen]

Cant help falling in love [ por Elvis Prestley o por UB40]

Personalmente entraría con Pila Pila del Pity Alvarez, pero claro, yo no me caso.

Después de hacer tiempo con el fotógrafo, el que hace el video y el chofer, los novios –que ya saludaron en el atrio- son recibidos por los invitados, quienes al parecer tenemos instrucciones de hacermos los sorprendidos. (!)

“De parte del novio o de la novia?”

Después de “a quién querés más? A tu papá o a tu mamá?” esa es la pregunta de menor importancia en el ranking de las preguntas bipolares sin importancia. Sólo en algunas ocasiones sirve para iniciar conversaciones sin sentido.

Estamos invitados...

Podría separar a los individuos en categorías y subcategorías ad eternum, pero voy a limitarme a lo básico: familiares y amigos.

A veces los familiares se llevan todos los premios. Especialmente cuando hay una tía que bebe más de la cuenta, un tío solterón que corretea amigas de la novia, una abuela gagá que habla de la guerra y una madre que avergüenza a una generación entera bailando ‘el meneaito’: “...y ahí, ahí, ahí, ahí...” (me tiro de un vehículo en movimiento!)

Al padre de la novia, de movida lo vemos abatido. El tipo está jugado. En ese momento lo tienen como a Alex en la Naranja Mecánica: atado de pies y manos

sentado frente a una pantalla gigante por la cual le pasan fragmentos de lo mejor de su vida junto a su -hasta entonces- edípica hija.

Padre:

“Con quién te vas a casar Valerita?”

Novia:

“Con vos papi”

El tipo, enfrascado en un traje alquilado usado vaya uno a saber por quién, cuándo y en qué evento (fantasea con la idea de que lo haya usado Lito Pintos en la entrega de los Martín Fierro).

No sólo siente el horror de entregar su hija a otro hombre sino que encima los desgraciados están haciendo una fiesta por ello (en su cara, cómo se atreven!) y es él quien -por una ridícula convención- tiene que pagarla.

Las madres de los novios quieren que la fiesta no sólo sea perfecta, sino que sea como la fiesta que nunca tuvieron; algo de movida complicado al tratarse de dos personas con experiencias de vida diferentes , pero fundamentalmente porque esta vez: no son LA NOVIA!

A la madre –sea del lado de la novia o del novio, lo mismo da- claramente le cae la ficha: ya no es una pendeja. Y como suele pasarle a las mujeres cuando se dan cuenta de que ya no tienen 20, empiezan a actuar como si, en efecto, los tuviesen. Y así comienza el show de la veterana ‘piola’ de quien escuchamos muletillas robadas de la salida del colegio secundario del barrio. Confesiones de la talla de “yo nunca me fumé un porro” avergüenzan a sus hijos y divierten al resto de los invitados aunque no tanto como verla agitando la zanahoria de cotillón que se llevó a la mesa después del carnaval carioca.

La madre no quiere terminar en el baño con un amigo de los novios porque “podría ser mi hijo”, -pero a diferencia del tío soltero- necesita saber si podría hacerlo en caso de proponérselo.

El tío soltero termina indefectiblemente en el baño. No importa si se trata de una amiga de la novia, la hermana menor del novio, una camarera o la asistente de la wedding planner. Es el primero en convertir la corbata en vincha y se encarga de encabezar el trencito y arengar al resto. En su mesa no faltan ni el champagne ni su madre: la abuela gagá que no entiende muy bien dónde ni en qué año está. La abuela nos resulta un ser adorable y divertido los primeros diez minutos, pasado este tiempo las anécdotas de la segunda guerra aparte de no ser para la ocasión ya no le interesan a nadie. Los invitados dudan, no saben si reirse descaradamente de las locuras que dice la vieja, o intentar quedar bien con la familia y seguir sonriéndole, mirándola con los ojos abiertos bien grandes levantando las cejas y asintiendo(*) -como si lo que la nona fabuladora dice les interesara- mientras internamente se debaten entre un canapé de salmón y queso filadelfia o una empanadita copetín.

(*)Ese es un gesto que se usa mucho con infantes y personas de la 3ra edad, acompañado a veces por un “Mhhhmm” o un “Ahá” que pretende despistar al interlocutor y alejarlo momentáneamente de la realidad: no está siendo escuchado.

Y en un rincón, rodeada de copas vacías, tratando de darle subrepticiamente un billete al bartender, envuelta en tafeta tornasolada está ella: la tía borracha. Antes de dejar sus cosas en el guardarropas ya se sirvió tres martinis y trató de inútil en público a su ex-marido en reiteradas oportunidades.

Critica los centros y arreglos florales, se queja de la mesa que le tocó: por los integrantes y por la mala ubicación. Que la comida es in-co-mi-ble, que hace mucho calor en el salón y que la novia “está demasiado flaca, ojerosa, parece enferma”.

Tía

“Seguro que se quedan cortos con el champán, y qué mal gusto por el amor de Cristo, vestir las sillas con esos moños roñosos...a quién se le ocurre?!”

Ex

“Basta Estela”

Tía

“A mi no me callás eh! Mirá que yo hablo y si empiezo a hablar no me para nadie y a vos no te conviene, o si? O querés que TU gente se entere ...”

Ex

“Más champagne?”

Y por supuesto están los amigos. Los amigos-amigos, los no tan amigos, los íntimos, los propios y los heredados. Ninguna de estas clasificaciones califica como grupo. Hay sólo dos grandes grupos que interesan en el estudio social de una boda: solteros y en pareja.

Yo estuve en ambos y, claramente, me quedo con la energía del primero.

Pasados los besos pegajosos a los novios, los augurios de felicidad de manual y los canapés, los invitados somos guiados hacia el salón donde están “las mesas”.

No se trata de un tema menor sino todo lo contrario. Armar el cubo mágico resulta una tarea mucho más sencilla y gratificante.

Novia:

“En la seis faltaban tres, no? Bueno: Marta, Roberto y Bernarda.”

Madre de la novia:

“Estás loca? Bernarda y Marta hace años que no-se-hablan.”

Novia:

“Bueno, ponemos a Bernarda en la diez con tía Maruca...y al Dr.Waisman lo llevamos a la seis.”

Madre de la novia:

“Pero si el Dr. es judío, mi amor. No hay alguna mesa con más judíos”

Novia:

“Tenés razón. A ver...”

Claramente, tu objetivo y el de tus amigas es ganarle a la mesa cuatro donde están las “otras” amigas de la novia. Pero como la fiesta recién está empezando no te preocupás demasiado. No ahora.

Después de la entrada: el vals. Está muy de moda bailar el vals con temas de Frank Sinatra, de todas formas yo generalmente evito ese momento horrible, que me resulta de lo más incómodo usando una técnica que hasta ahora ha sido infalible. El secreto es estar muy atenta a la melodía y acercarse al novio sólo cuando se está muy segura de que la misma está por finalizar. Cuando el novio, ya mareado, amaga a agarrarte, vos te acercás y le contás un chiste o hacés un comentario irónico acerca del padre de la novia. El deja de mover los pies, rie y se tira hacia atrás. En ese momento gritás: Foto! Posan para el fotógrafo y para cuando el flash te cacheteó la cornea suena el último acorde:

Vos:

“Pero qué picardía!”

A la mesa otra vez. Un primo del novio se te acerca zigzagueando.

Primo:

Vos estabas en la mesa número...?

Vos:

(mala onda)

En la que vos no estás.

Sos consciente de que con esa actitud te vas volver en remise con lo que quede de tus amigas y que probablemente termines otra vez, pagando el viaje. Asique le sonreís y le das una palmadita en la espalda.

“En la de por allá Luisito, en la silla con el moño torcido”

Te hacés la simpática con el mozo, le coqueteás un poco si es necesario y te asegurás de que mantenga llena tu copa durante toda la noche.

Cansada sacás el centro de mesa para poder verle la cara al que tenés enfrente y saltás de la silla como si tuvieras un resorte cuando ves llegar a tu pareja. Una vez más llevaste a tu amigo gay.

Amigo gay:

“Sorry, me enrosqué con el del guardarropas. Los novios?”

Los novios arrancan con el tour por las mesas seguidos por la wedding planner, el fotógrafo y el pibe que lleva el flash. Salís con la copa en la mano y la boca torcida, mondando un trozo de pollo que te estaba molestando.

“Otra, otra que salí con los ojos cerrados!”

Cuando los novios se van, te das cuenta de que se llevaron tu plato. Pero si apenas probaste bocado! Se levantan las apuestas: Casata o almendrado?

Te hiciste veinte pesos así de fácil, suficiente para el remise de vuelta.

Al escuchar los primeros ‘acordes’ de cumbia villera pensás que se te está subiendo el alcohol, pero comprobás que aún estás algo sobria al ver a la novia abalanzarse sobre el disc jockey empuñando un tramontina, seguida por su reciente marido al grito de:

“Ojo con lo que decís, Valeria te lo pido por favor!”

El problema con el disc jockey es el mismo que con el peluquero. Por más que le des un playlist al dj o al coiffeur una foto exacta del corte de pelo que querés SIEMPRE van a hacer lo que ellos quieren.

Los ojos desorbitados de la novia y el tramontina son amenaza suficiente, y dan comienzo al Carnaval Carioca. Anteojos gigantes, pelucas, galeras de gomaeva, pomos de Rey Momo y enormes maracas con forma de zanahoria y banana son repartidos a los invitados.

Dentro de las actividades del Carnaval Carioca figuran: llevar en andas a los novios, arrojarlos por el aire, hacer el famoso trencito y cantar en portuñol: ‘comeinsao a dar, comeinsao a dar, comeinsao dar...atueeela, atueeela...”. Alguien sabe mínimamente qué quiere decir la letra?

El alcohol comienza a hacer efecto. Para esta altura de la fiesta empiezan las primeras bajas, y muchos piden que se les tache la doble. Si hay niños, este es el único momento en que la pasan bien de verdad. Gritan, saltan y juntan papel picado del piso para tirarlo al aire nuevamente, y como todo es caos y confusión aunque se tornen realmente insoportables gozan de inmunidad absoluta.

Hay estudios que indican que es durante el Carnaval Carioca cuando más calorías se queman en todo el evento. Esto lo sabe seguramente la Wedding Planner ya que debe ser el apunte estrella del primer y único cuatrimestre de cursada. Por esta razón es que inmediatamente después viene La mesa de dulces.

En la mesa de dulces conviven tortas, helados, mousses, waffles y panqueques. Es el momento highlight de la noche para las señoras, para las que vivimos a dieta todo el año y para los que se armaron un chino hace media horita en el jardín.

Te hacés la boluda y te paseás con disimulo por las proximidades de la mesa. Sacás fotos mentales: lemon pie, rogel, cheese cake, brownie, brownie con merengue y dulce de leche, struddel, budín de pan, selva negra, isla flotante, mousse de chocolate con lluvia de nueces, mousse de dulce de leche con salsa de frambuesas, panqueques y waffles rellenos...querés todo! Como buena gorda en recuperación constante, te servís un poquito de cada una, y tu plato termina siendo lo más parecido al Arca de Noé de la pastelería nupcial y vas a necesitar otra sesión de Carnaval Carioca para bajar esa orgía de azúcar. “A, e, i, o, u, epsilón...”

Llega la hora del ramo y no querés ni pasarle cerca, pero la novia empieza a convocar a sus amigas solteras como si se tratara de un DT nombrando a los titulares. Y a vos, aunque no quieras, te toca jugar. Y tenés tanta mala suerte que ni de paso te roza. De nada te sirvió tirarte de palomita, porque el ramo cae en la otra punta, sorprendiendo a la hermana de la novia e inmortalizándote en una foto a la que no va a faltar el pelotudo que le pegue un sticker con la leyenda: “Yo desesperada?”.

Para que nadie sospeche, inmediatamente después de la foto, traen la torta, y una vez más la novia da la formación del equipo titular para que cada jugadora tome una cinta, mire a cámara, tire y sonría. La emoción de haber sacado la alianza termina abruptamente al ver que la jugadora de la derecha sacó la alianza...y la de la izquierda, y la que le sigue, y la de enfrente también.

Si tenés suerte y ninguna de tus amigas volcó no será necesario por el momento que te alistes en el escuadrón del rescate. Volvés a la mesa y te terminás la vigésimoséptima copa de champagne (“Esta copa es mía? Burbujas tiene...” Adentro.) Prendés el radar porque se está por hacer la hora. De los cuatro solteros rescatables que había ahora quedan libres exactamente “...ese no, a ver... tampoco, ese no califica...” Qué? Uno?!

...O hasta agotar stock

Te sentás al lado, lo mirás con sorpresa y empezás lo que en realidad no querés empezar vos, pero siendo casi las cuatro y media de la mañana qué opción tenés?

Vas bien hasta que de repente: clinc clinc clinc, algún boludo fan de “La celebración” anuncia que se viene el brindis final. Justo ahora?! Pará que se me enfría el lomito de las 5am!

Los novios parten dejando a sus invitados disfrutar de los últimos minutos de fiesta. En este momento la wedding planner está relajada sosteniendo una copa de champpagne, sonriendo. El disc jockey comienza a guardar los discos , una de las meseras se afana los muñecos de torta y quedan siete enfermos mentales en la pista de baile. Alguien que despierte a la abuela y saque al tío del baño que acá quieren empezar a limpiar! Se prenden las luces, ahora podés ver con claridad: tu galán se está matando con la hermana de la novia, y vos ,indignada, gritás:

“Esto también estaba arreglado?”