mayo 16, 2008

Navitrash


Detesto la Navidad.
Yo no se qué es, pero no la tolero.
No me animo a decir que me deprime, primero por que no se si es eso realmente lo que genera en mí y segundo porque parece que está de moda deprimirse por la navidad [como están de moda los ataques de pánico, la música electrónica y tomar vino tinto entre mujeres].
La Navidad era otra cosa cuando eramos chicos. Cuando tampoco entendíamos nada, pero no entender estaba bueno. Cuando éramos chicos la Navidad era Papá Noel, o los regalos que te dejaba, incluso cuando descubrías la cruda realidad o te la echaba en cara un compañero del colegio: "Papá Noel no existe". Algo sospechabas, eso de que fuera tan puntual te hacía ruido, ni hablar de que el delivery llegara a todo el mundo. ¿Y qué es eso de que muy pocos lo ven el 25 cuando deja los regalos y todos lo ven todo el tiempo una semana antes en los shoppings, en la calle, hasta por tv?
La gente no entiende de qué se trata, entonces hacen cualquiera. Y cualquiera es juntarse. Amontonarse. No matter what.
Se apelotonan en la calle, en los negocios, en sus casas, en todos lados. Juntarse y consumir. La Navidad hace que consumas. Porque es para eso que está la Navidad: para apelotonarse y consumir. Empezando por salir como esquizofrénicos un día antes -horas antes- a comprar regalos para toda la familia -la que soportás, la que no tanto, la que ni fu ni fa y la que no querés ver ni en una foto- y cerrando con la cena navideña hipercalórica: llamar al delivery del hemisferio norte parece ser nuestro metier, y entrarle a la mesa XXL hasta que no haya botón ni uvasal que aguante.
Entradas varias donde las viejas se lucen con sus vitel thone, huevos y tomates rellenos, piononos salados y tablas de quesos y fiambres. Y vos ves todo eso ahí, todo junto, y recién son las 9 de la noche y sabés que te quedan por lo menos 3 horas. Y qué hacés? Le entrás. Te servís un poco de vitel thoné porque sabés que es la única ocasión en el año en que te enfrentás a ese plato -talvez el 31 haya, pero ¿para qué arriesgarte?-. Alguien te pide que le pases la fuente con los tomates rellenos, y cuando la agarrás te servís: “total es tomate, es livianito”. Y mientras tratás de concentrarte en tu masticar, así no escuchás la sarta de pelotudeces que se dicen en esa mesa, y alguna vez o varias, escuchaste eso de que hay que masticar muy bien -¿cien veces?- cada bocado, entonces contás 14,15,16,17, y no sabés cómo vas a hacer para aguantar mucho tiempo más ese bolo alimenticio en tu boca. Te servís vino porque sabés que sino la noche te va a quedar atragantada, y ¿qué mejor que tomar vino tinto y picar unos quesitos de la tabla? Recién son las 9:15. Si tenés la suerte de no haber decidido dejar de fumar, te prendés un cigarrillo como para mantener la boca ocupada con otra cosa que no quede mal en la mesa delante de tanta gente y que no sea, por supuesto, más comida.
¿Por qué no prenden el televisor?
Pensás que la gente por la que estás sentada a la mesa es la misma gente con la que almorzás o cenás al menos una vez al mes. Te preguntás –sabiendo la respuesta de antemano- si siempre que se reúnen comen como si no hubieran probado bocado en semanas.
Si por lo menos cambiaran la estación de radio! Un villancico más y empezás a revolear las piezas del pesebre por el aire.
Y te queda el pionono qué le vas a hacer? Antes de que se lleven la bandeja, antes de que la boca te quede libre como para dar alguna opinión que no va a ser bien recibida, antes de que te enganchen para “dar una manito” en la cocina, antes te servís un par de rodajas de pionono preguntándote por qué no hacen esto en febrero en una comida cualquiera. Lo mismo con el vitel thoné.Insisto: ¿Por qué hay que esperar al 24 de Diciembre? ¿Por qué nadie hace vitel thoné a fines de Septiembre o mediados de Octubre? ¿Por qué nadie apaga esa radio?!
Entonces entra en cuadro una bandeja con lechón seguido por un tupper con “rusa”. A quién se le ocurre comer lechón en pleno verano con 35ºc ? A los mismos que se les ocurrió que estaba bien comer pan dulce, frutas abrillantadas, secas, pasas de uva bañadas con chocolate, mantecol, etc, etc, etc.
Te mandan la ensalada rusa como para que “bajes” el lechón, aún sabiendo que se necesita más que eso para bajar tamaño animal, y más aún, se necesita otra ensalada para bajar ese bloque apelmazado de papa, arveja, zanahoria y mayonesa.
Te hacés la anoréxica en recuperación y te servís una porción mínima. Apenas son las 10. Por suerte alguien más se cansó de escuchar villancicos. No sabés qué te deprime más, si los cánticos navideños o enterarte de la vida de la vecina del 9ºF del edificio donde vive tu madre .
En serio, pongan una de Chevy Chase.
No hay ventilador de techo ni ventana abierta tratando de hacer corriente que alcance para erradicar la ola calor que dejó la cocción del lechón.
Una abuela –que no es la tuya- se desabrocha un par de botones dejándote ver la unión de un par de arrugados senos que sirven para sostener esa arveja que saltó suicida del tenedor en pos de una vida sin cubos de papas y zanahorias. Mientras te preguntás por qué tenés que estar presenciando dicho espectáculo, la tía de tu derecha te pide,mientras mastica –o bien pelea, no se sabe- un trozo rebelde de lechón, que le pases la “noentendisteque”. Fatal error, ahora debe repetirlo. Lluvia de lechón.
Te levantás para ir al baño a sacarte los restos de los restos del animal en cuestión, te deslizás por el pasillo y llegás –siguiendo las indicaciones de más personas de las que hubieras querido- a la “puerta con ventana de al lado del placard azul chiquito que está enfrente de la escalera que va al primer piso”.
Toilette. Baño de invitados. Para las “visitas”. Vos qué sos entonces? Una visita. Alguien que pasó a visitar, y las visitas usan el baño generalmente, pero qué les hace pensar que van a usar el baño principal? El baño Real. El baño posta. El baño total. EL BAÑO. No, no, no. De ninguna manera. Que la visita se siente en mi inodoro? Revise el interior de mi botiquín? Mire adentro de mi bañera? Sepa qué marca de pomada antimicótica uso? Que la visita ni se acerque AL BAÑO. Que vaya al bañito. Chiquito, incómodo, express. Pero eso sí, hagámoslo lindo, disimulemos, pongámosle una onda, que sientan que es especial el bañito, que los cuidamos, que nos importan. Entonces te ponen unos jabones con forma de flor por todas partes, toallas, toallitas y toallines con broderie y flores –si, más flores- te ponen un recipiente de vidrio de 7cm de diámetro lleno de hojas secas –sí, de flores, de qué otra cosa?- que aprendieron a hacer viendo una repetición de “Utilísima” por cable una noche que no se podían dormir -la misma noche que descubrieron que potpourri se aplica no sólo a una selección de varios temas cantados por Claudia Lapacó en lo de Susana Giménez-.
Pero le ponen tanto empeño en disimular que en realidad te están discriminando más que cuidándote, que se olvidan de reponer el papel higiénico o de preveer dejar unos rollos extras la única noche del año que tienen más visitantes que locales.
Salís por la puerta con ventana de al lado del placard azul chiquito que está enfrente de la escalera que va al primer piso. Te sigue el inconfundible y nauseabundo olor a flor muerta, enjabonada, seca.
Ganaste diez minutos.
Por suerte nadie parece haber notado tu ausencia. De hecho la llegada de unos invitados de último momento ayudó a que no escuches un “Estás descompuesta?” seguido de todas las miradas apuntando a vos.
Trajeron matambre casero con rusa. Qué originales.
Mientras te están arrinconando y estrujando y moviendo para que los nuevos comensales se acomoden, te meten en el plato una pata de pollo sin preguntar. Pensás que aún no son las 11, que el tiempo no pasa, que talvez haciendo una excursión al baño de visitas en media hora se haga más llevadera la espera. La espera. Qué es exactamente lo que estamos esperando desde que llegamos? Claro! Irnos.
Sacás un cigarrillo del atado y lo ponés entre el índice y el mayor de la mano derecha mientras con la izquierda buscás uno de los 3 encendedores robados que tenés en la cartera. Sostenés ahora con los labios el cigarrillo y dejás la mano derecha libre para seguir buceando en la cartera. Miradas de desaprobación absoluta. Es hora de salir al balcón. Te enfurece que encima de todo nisiquiera podés fumar en paz un cigarrillo para bajar el lechón, el matambrito, la pata de pollo y las toneladas de ensalada rusa. Entonces una patada en la pantorrilla casi te deja inválida, y decidís –por tu bien y el de esa criatura del infierno- apagar el cigarrillo y volver a la mesa del mantel de los renos, los pinos cubiertos con nieve y los moños rojos.
Volviste a zafar de “dar una manito” levantando los platos, llevándolos a la cocina, seguir el ritual de “dejá que yo lavo”, “no, mirá si vas a lavar vos!”, “en serio, no me cuesta nada…” y así terminás lavando cuarenta y ocho platos, docenas y docenas de cubiertos, seis fuentes, cacerolas, tuppers y los vasos de la chocolatada que tomaron los chicos a la tarde.
Falta menos. Ya consumiste 4300 calorías, que es lo que consumís en tres días normalmente, pero falta menos eh!
Una horda de mujeres sale de la cocina con más bandejas, y platos, y cazuelas. Ahora todo tiene sentido! Postres hipercalóricos para combatir el frío! El frío cerebral que tenemos en este hemisferio cuando de planear comidas navideñas se trata: “Qué comen "allá" ? Y bueno, comámos lo mismo!” Y así, como formando parte de una coreografía perfecta, las almendras, nueces, castañas, lentejas de chocolate y los turrones van aterrizando en la mesa con el mantel de los renos, los pinos cubiertos con nieve, los moños rojos, las migas, las aureolas de tinto, los lamparones de grasa, los restos de mayonesa, zanahoria, papa, relleno de tomates, matambrito y lechón.
Nadie los toca. Claro, están hasta la naríz de comida, qué van a tocar? Gracias, acá no entra una garrapiñada más! Cerramos? Entonces ves llegar utensilios, bowls individuales, platos de postre. Y ahora qué? Ahora el postre. Ahora el helado, las tortas y el pan dulce. El hecho de no tocar las nueces y compañía responde a “estamos esperando el postre, esto es una especie de tentempie, con esto aguantamos hasta el brindis”.
No podés más, pero te ponen la torta a una distancia tal que es imposible negarse. Te preguntás si la de brownie y merengue estará tan buena. Sólo probando te vas a sacar la duda asique…”me pasás una porción de esa por favor? Sí, esa. Una porción más bien chiquita…sí, así está bien…gracias” Qué le ibas a decir? “Tana bruta eso es chiquito para vos?!” No, claro. Y le das pelea al brownie rogando por un café que no llega nunca.
Cuando empezás a preguntarte por qué trajeron esos bowls pequeños caen –aparentemente del techo- recipientes de telgopor blanco…”Tramontana no quedaba más, asique trajimos Super Sambayón, Chocolate Suizo, Mascarpone con frutos y Dulce de Leche con brownie…” Si volvés a escuchar la palabra brownie vas a decorar –con muy mal gusto- el baño de las visitas, asique decidís darte una vuelta por ahí, por las dudas. Llegás a la puerta azul abrís y te das cuenta que el baño de las visitas no tenía cajas en el piso ni un barral, ni perchas, ni…
Te das cuenta también de que tomaste más alcohol del que creías y de que hay otra visita en el baño de las visitas, porque la ventana de la puerta está llena de luz. No sabés si esperar o volver a la mesa y enfrentarte con el helado de sambayón. Valentía se requiere para ambos casos.
Son las 11:30, con suerte una criatura diabólica de esas que están en el balcón te va a patear la otra pantorrilla mientras te fumás el cigarrillo de la vergüenza familiar.
Apurate, no tardes mucho que a las doce te esperan dos bombachas rosas, un par de medias y un repasador-calendario.



-Este texto fue publicado en la edición de Diciembre 2007 de "El Planeta Urbano"-

mayo 08, 2008

Andá a lavar los platos!

Todo empezó en un estacionamiento de Ciudad Universitaria, cuando un amigo con segundas intenciones se ofreció a enseñarme a manejar. Después de contarme “los secretos” del acelerador, el freno y el embrague [alguien que me diga por qué hay tanto pelotudo que le dice “embriage”!], e inmediatamente antes de pasar a la clase práctica, un clásico: la palanca de cambios. Debo reconocer que era bastante didáctico en sus explicaciones, y talvez demasiado anal dando detalles innecesarios para un primer acercamiento a la conducción automovilística...femenina. “Primera, es para arrancar, sacás lentamente el pie del embrague “así” y –simultáneamente - vas pisando despacio el acelerador que lo que hace es liberar combustible para que el auto se ponga en movimiento; el motor gira a no se cuantas vueltas por minuto y …” Y la verdad es que yo quería sentarme atrás del volante y moverlo como en las películas. Yo quería agarrar una curva y dejar huellas sobre el pavimento, poner la mano sobre el cabezal de la butaca del acompañante y girar la cabeza para hacer marcha atrás como los taxistas! Poco me importaba el proceso, la mecánica, el cómo y el qué es lo que hace que un auto se mueva o se deje de mover. Entonces después de mostrarme la quinta posición de la palanca de cambios me dice con la emoción con la que se cuenta un secreto: “y por ultimo la marcha atrás…” La ansiedad me estaba matando asique lo interrumpí: “Si, si, ya se, así” dije haciendo un dibujo en el aire. “Así, una erre mayúscula”. Yo creía, realmente lo creía, que, con la palanca de cambios como si fuera un lápiz imaginario, debía “dibujar” una erre mayúscula que empezara en segunda y terminara en reversa…así: desde el punto de inicio de la maniobra en cuestión, lo que hoy conocemos como “segunda”, trazar –imaginariamente, siempre imaginariamente- una línea ascendente hasta primera, de ahi una línea hacia la derecha hasta quedar en quinta, de ahi hacia abajo, pero sin llegar a marcha atrás sino quedando a mitad de camino, retroceder trazando una línea hacia la izquierda [entre primera y segunda], volver hacia la derecha a ese punto intermedio y bajar AHORA SI!, hasta la mismísima marcha atrás a.k.a. reversa y por eso la R!



Diez años más tarde…

Dos intentos fueron necesarios para que me dieran el registro. Sinceramente después de pegarle a una valla y moverla un metro y medio…yo misma no me lo hubiera dado la primera vez.

Me levanto con ganas de sacar a pasear la tarjeta de crédito.
No encuentro las llaves del auto. Reviso las 3 carteras que usé a lo largo de la semana, bolsillos, cajones, botiquín, heladera, freezer…nada. “No habré sido tan boluda de…” bajo corriendo las escaleras, casi me mato en el último tramo cuando la Havaiana izquierda confunde el borde de un escalón con un tobogán acuático y en una milésima de segundo -que dura como un minuto y medio- una avalancha de pensamientos, como voces: “largá todo, apoyá las manos, ay el palo que te vas a dar, cómo hago para mantener el equilibrio, la cadera!, imposible, lo que me faltaba…aaaaaah. GAME OVER. Me levanto como puedo y salgo a la vereda con el mismo temor a que el auto no esté de todos los días. Me acerco, saco el cartelito de “compro su auto” y la tarjeta de cabaret. Pego la frente al parabrisas y ahi veo las llaves puestas, colgando.
Me debato entre llorar, romper el vidrio de un cascotazo, llamar a un cerrajero o a un amigo tatuado que se cope forzando la cerradura. La última opción me parece la más coherente (!) y una vez con las llaves en mano y cincuenta pesos menos en la billetera, me jacto de haber tomado la decision correcta.

Voy por Avenida del Libertador, me siento espléndida, radiante, felíz.
Mi fuerte adicción a la tv, me hace pensar que soy ficción. Tiendo a creer que soy parte del elenco estable de una sitcom, de una película, o parte de un videoclip.
Voy en mi propia versión de Thelma & Louise, sin Thelma porque es mi remake y Thelma siempre me pareció medio pelotuda. O era Louise?
Subo el volumen, y canto con exagerada pasión encima del soundtrack original, moviendo la cabeza, achinando los ojos y arruinandolo todo.

Pongo tercera, siento un dejo de orgullo porque ya miro por los espejos retrovisores. Me cambio de carril y aviso con la luz de giro. “Comunicación” pienso “Fundamental”. Con el ipod, los lentes de Tita Merello y el aire acondicionado no me para nadie. Paso el hipódromo, cruzo Bullrich atravieso el puente y me acuerdo que tengo las zapatillas y las calzas en el baúl, para cuando baje el sol. Qué día magnífico!
Tomo la curvita de Sarmiento bordeando el monumento de los españoles, perfecto, qué calidad, estoy a punto de confirmar mi sospecha: tengo un don para el manejo.

Un sonido extraño pisa el tema que vengo cantando: Taca taca taca tact ac tac… Me pregunto qué será ese ruido. Tac taca tact ac tac. Se para el auto. Calma ante todo y balizas. “Comunicación, fundamental”.
Pienso que soy yo, que me colgué con un cambio, que talvez pisé un pedal equivocado. Me miro los pies, están en su lugar, la palanca de cambios intacta, como venía. No rompí nada. Qué hagooooooooo?!

“Dale boludaaaaaaaa” se escucha. Viene de afuera.

Trato de mantenerme serena.
Los autos pasan, siento la puteada, me miran. Les leo los labios, la mente.

“Qué mirás?!, nunca se te quedó el auto, infelíz? Maldita vaca estúpida! Que vos también sos mujer…inútil!”

Vuelvo a lo mío y pruebo nuevamente girando la llave. Otra vez: Tracatracatract “se va a parar...mhhh...” digo en voz alta. Tracatracatractracatrac “Aguantame tres cuadras más”.
Mi rezo no es escuchado, mi auto se apaga, se queda, ruido, quilombo por segunda vez en medio de Libertador, hora pico.

Bocinas.

Logro salir del aprieto, doblo en Salguero, y otra vez: trac trac troc. taratac tractac…ay, esta vez no se si llego! Balizas.
Pienso que poner las balizas equivale al “pido” infantil : me corro virtualmente del juego. “Meter la trompa” es el “canté pri” del automovilismo?
Todavía me resulta complicado el tema de la regla de “prioridad de paso”. Por lo general dejo pasar a todos porque hasta que pienso que la derecha es con la que escribo y la izquierda es…la otra, ya me pasaron por encima. No hay tiempo para pensar cuál es cuál, o frenás o sacás turno con el chapista.


Empiezo a ver el Shopping, como un Oasis. Subo la rampa no puedo explicar cómo y estaciono perfecto, como con una escuadra, por única vez. Me pregunto cómo todavía no se inventó un sistema que haga que las cuatro ruedas giren hasta quedar a 90 grados respecto de su posición original para que el auto simplemente se desplace de costado. Cuando la rueda toca el cordon, es momento de girar el volante y volver a la posición inicial.
Para cuando terminé la maniobra –magistral por cierto- se murió el auto, y yo necesito cambiarme la remera.

Tengo un plan B, asique pienso en relajarme y hacer lo que estaba previsto: comprar zapatos.

-“37 me dijiste? No me quedó nada.”
-“En marrón unicamente.”
-“Vendí el ultimo par esta mañana.”
-“No, no vuelven a entrar, son modelos exclusivos.”
-“Lo que ves en vidriera solamente.”
-“Sólo efectivo, estoy sin sistema.”

Intento convencerme: quién quiere tacos si al fin y al cabo manejo descalza? Está anocheciendo y yo técnicamente estoy varada en el Paseo Alcorta. Es hora de llamar al ACA y concertar un encuentro con el mecánico de turno en el 1er nivel del estacionamiento: E 113.
El ritual del auxilio mecánico linkeaba en algún punto con una sala de emergencias. El silencio del mecánico finalmente se quebró: “Este auto no tiene una gota de aceite” me retó.
Puse cara de “no estudié para el examen” mire el reloj (va en la izquierda o en la derecha?) y le pedí que me acompañara a comprar aceite al Carrefour.
Cuánto?!!! Me sale más barato traer nadando desde el Mediterráneo aceite de oliva para condimentar ensaladas de por vida!

Y ahi estamos el mecánico y yo, esperando en la caja del super. Ahi estoy acompañada por un hombre, como en los viejos tiempos, justo antes de la división de bienes. Esta vez él elige y yo pago. Yo rompo y me hago cargo, el arregla y no pasa factura. Está todo pago.



-Este texto fue publicado en la edición del mes de Abril de la revista "El Planeta Urbano"-