noviembre 04, 2008

DR FEELGOOD

La traumatología es una especialidad para vagos morbosos que trabajan para cumplir un horario, firmar una receta de diclofenac y obligar al resto de los mortales a llamarlos Doctor. El traumatólogo es a la medicina lo que un empleado municipal a la sociedad, lo que un decorador de interiores a la arquitectura.
Era el cuarto traumatólogo que veía en una semana. Como suelen no pegarle en el diagnóstico, apenas cierro la puerta del consultorio, llamo para pedir turno con otro, y así hasta terminar en la guardia de la prepaga llorando de dolor. Después de casi dos horas de espera, finalmente el traumatólogo salió del quirófano y al enterarse de que todavía tenía un paciente agarró una botella de vino envuelta para regalo y huyó –literalmente- dejándole al pibe de la recepción la incómoda tarea de darme la noticia. Finalmente me atendieron y la resonancia magnética arrojó el diagnóstico: esguince de tobillo. Esto se tradujo en un free-pass de 10 sesiones de kinesiología, no correr, no gimnasia, y tres kilos de más.
Gracias a que el Dr. Druetto me dejó en la sala de espera como a un Garoto de fruta de esos que no come nadie, conocí a un kinesiólogo irresistiblemente feo, y me enamoré no a primera vista, sino más bien promediando la rehabilitación.
Sin anillo, ni muñequitos enchapados en oro colgando del cuello pasó la última prueba de fuego: la de los mocasines. Los médicos suelen vestirse muy mal, sobretodo los que usan ‘ambo’ en lugar de guardapolvo con su apellido bordado en cursiva con hilo azul y una birome en el bolsillo. El truco está en chequear el calzado: los mocasines ya sea en gamuza o cuero con costuras blancas y/o flecos vienen indefectiblemente con pantalón pinzado color caqui, camisa rosa y el perchero entero de un local de Kevingston. En cambio, las zapatillas prometen al menos jean, remera y –a mi sano juicio- decencia.
El, usa zapatillas, como Doctor House y me vuelve loca.
Coquetear con un médico –o con un instructor de tennis- está en el top five de cosas patéticas que hacen las mujeres, y de solo pensarlo no puedo parar de reproducir internamente diálogos de explícito doble sentido dignos de un guión de Sofovich. El hecho de ser bastante práctica en mi vida, se traduce en no saber histeriquear. Consciente de esta ineptitud tiendo a creer que resulto obvia cuando en verdad termino siendo indiferente y antipática con el objeto de conquista (es decir, el sujeto a conquistar). En situaciones de tensión sexual soy torpe, tartamudeo al hablar, me pongo colorada y hago chistes malos. Muchos. Uno atrás del otro.
Acorde a esto, mis sesiones se desarrollaron con total anormalidad: casi me desnuco al perder el equilibrio en una camilla, estoy llena de moretones por haberme tropezado en reiteradas oportunidades con la misma silla y más de una vez tuvieron que despertarme al finalizar la sesión de magnetoterapia.
Cuando por fin me relajé, y la cosa empezó a fluir merced a diálogos menos ansiosos y más genuinos, al Licenciado se le dio por hacerme un masaje rehabilitante levantándome el jean hasta la rodilla. Ahí nomás me corrió un sudor frío por la espalda, abrí grande los ojos y casi salto en la camilla para increparlo:
-¿Qué hacés? ¿Estás loco? Tengo un esguince de to-bi-llo...y turno con la depiladora recién a las 5!
Pero me limité a cerrar los ojos y hacer fuerza para que se cumpliera mi deseo:
ser metida dentro de un patrullero con una campera en la cabeza.
Llegué a la última sesión esperando que me invitara a salir, rezando como cuando jugaba a la botellita en la primaria: “Que me toque con el kinesiólogo, que me toque con el kinesiólogo”,.
-“Ponce! – gritó su asistente con mi ficha en la mano -El Doctor Eugenio Murguiondo no viene hoy, acompañeme por favor”. (Juro que hizo el gestito de “Síganme los buenos”)
Asentí como una actriz de reparto de comedia romántica a la que le tocó el rol de amiga looser de la protagonista y fui a que me diera de alta un flogger.
Al llegar a casa, me preparé un Bloody Mary con mucho vodka y le envié un mail a Murguiondo:

¿Me hago romper el tobillo izquierdo para que me rehabilites o me vas a invitar a salir?

*El dibujito es de Paula Romani*

***Este texto fue publicado en la edición de Octubre de la revista El Planeta Urbano***




7 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente post. Mencantó la descripión del género traumatológico & la analogía con los garoto de fruta! Ni hablar de las tipologías predictivas de su indumentaria... y, por supuesto, vuestra increpada final. Bien allí!

Orquidea dijo...

Nooooo, no you didn't!!! sos mi ídola, te quiero en una remera!!
PD: tengo casi comprobado que los traumatólogos y los podólogos usan siempre zapas, parece que es el mejor calzado (!)

María Florencia Lopez Paradela dijo...

Necesito saber como termina esta historia en la que me he sentido identificada hasta en el bloody mary! Me encanta el bloody!
Un beso grande !!!!
Buenisimo el blog!!! Me encanta!

Marina dijo...

Bien lo que se dice bien no termina. Hoy borré el tel de Murguiondo de mi celular.

María Florencia Lopez Paradela dijo...

Oh no! :( ... o quizas...mejor asi! :) besos!!!!

Anónimo dijo...

quiero invitarte a mi blog q va a estar cerrado un tiempo pero no consigo tu mail.
si tenés ganas, mandame tu direccion de mail a bancatelaverdad@gmail.com asi te agrego a la lista de lectores.

SANTIAGO dijo...

no se yo una vez a finales de mi adolescencia tuve pubialgia y me atendió una vieja que me imposibilitó sentir apetito sexual alguno durante semanas, hasta que el último día faltó la momia y cayó una bomba quebratabraguetas a masajearme al lado de los (pubialgia era) y yo que había ido con una slipeta roida por las cucarachas ...